Demos Gracias a Dios
Padre Federico Guillermo Fáber
Olvido de la acción de gracias.
Todo cuanto llevamos dicho en las páginas anteriores se reduce evidentemente a esto; es a saber: que como el Evangelio no sea más que una ley de puro amor, no debemos contentamos simplemente con salvar nuestra alma; o mejor dicho, que arriesgamos nuestra propia salvación si no tratamos de hacer algo, bien con obras, o ya con oraciones, a favor del alma de nuestros hermanos.
Además, siendo el Evangelio una ley de amor, preciso es que nuestra religión sea así mismo en lo posible un servicio de amor; y, en su consecuencia, que corremos un grave peligro de condenarnos si miramos la vida presente sólo como una oportunidad de alcanzar el Cielo por los medios más fáciles posibles y con la mera observancia de los preceptos rigurosamente necesarios, poniendo a un lado, cual asuntos que no nos conciernen; la gloria de Dios, intereses de Jesús y salvación de las almas.
Paréceme que no he sido demasiado exigente con vosotros; yo no os he propuesto, bien lo sabéis, austeridad alguna corporal, ni un extraño alejamiento del mundo en que vivís; tampoco os he ordenado que aspiréis a la cumbre de la contemplación, al amor del sufrimiento, o a que vayáis en pos de algún penoso recogimiento interior a una singular y difícil presencia sensible de Dios nuestro Señor.
Me he contentado con poner delante de vuestros ojos aquellas prácticas y consejos de los Santos con cuyo auxilio podéis dulcemente ocuparos un poco más de Dios con alguna mayor facilidad y no menor amor. Ni siquiera he llegado a deciros: Haced esto a lo menos; es necesario que no omitáis aquello; -todo lo he dejado a vuestra elección y a vuestro amor.
Mi único objeto no es otro que persuadir a alguno de mis hermanos; uno solo que fuese me daría entonces por muy satisfecho que ame un poquito más a Dios por ser quien es. El orden de mi plan me lleva naturalmente, y como por la mano, a ocuparme ahora en la acción de gracias.
Ya hemos visto cómo Nuestro Señor dulcísimo; en su amor inefable, nos hace primeramente donación de todos sus tesoros, para que nuestra intercesión, unida al ofrecimiento de semejantes riquezas, sea más eficaz y provechosa; y en segundo lugar, cómo, además de tan incomparable fineza de su abrasada caridad, nos permite que engrandezcamos nuestras más triviales acciones, uniéndolas a sus divinos merecimientos y santas intenciones.
Pero aquellos ricos tesoros, no menos que el privilegio inestimable del engrandecimiento de nuestras más pequeñas acciones, no son aplicables únicamente a la oración de intercesión, sino que sirven también para la acción de gracias, y las alabanzas y deseos; en el presente capítulo me ocuparé en la acción de gracias, y las alabanzas y deseos serán objeto exclusivo del inmediato.
No hay cosa que se halle más en abierta oposición con la religión práctica de la mayor parte de los hombres que el deber de la acción de gracias; así es que no es fácil llegar a encarecer debidamente el extraño olvido del agradecimiento.
Poco es, en efecto, y bien escaso el tiempo que hoy se consagra a la práctica de la oración; pero todavía es menor el que se dedica a la acción de gracias; por cada millón de Padrenuestros y Avemarias que elevan los hombres de la tierra al Cielo, ya para preservarse de algún mal, o bien para conseguir cualquier beneficio, ¿cuántos creéis que dirigen al trono del Altísimo en acción de gracias por los males evitados o beneficios recibidos?
Y no es difícil hallar la razón de conducta tan extraña. En efecto: nuestro propio interés nos lleva, naturalmente, a la oración, y sólo el amor nos conduce a la acción de gracias; quien solamente desea librarse de las penas del infierno sabe a ciencia cierta que tiene que rogar; pero semejante sujeto vese privado de un estímulo parecido que le impulsa fuertemente a la práctica de la acción de gracias.

Más de este autor/tema

El credo comentado

Mi libro de oraciones

La Pasión y Muerte de Jesucristo

La Santa Escala

Liturgia de las horas según El Rito Romano

Oraciones para el camino

Tercer abecedario espiritual

Por qué orar, cómo orar

En unión con las almas del Purgatorio

El peregrino ruso

Oración de consagración al Sagrado Corazón de Jesús

La vida oculta en Dios

¡Espíritu Santo, ven!

Sanados por el GRAN Milagro de la Eucaristía

Una Sola Cosa Es Necesaria

El Padre Nuestro y el Avemaria comentados

¿En qué creen los que no creen?

Viaje del papa Francisco a la isla de Lesbos (Grecia)

Biografía de San Antonio María Claret

El católico atento

Leyenda Menor

Las formas espirituales de la afectividad

Sobre El Anticristo

Santa Magdalena de Nagasaki

La Religión Demostrada

La siempre Virgen Santa María de Guadalupe en España y México

Homilías sobre el evangelio de San Mateo

El Papa Bueno Juan XXIII

Entre el brocal y la fragua

Que brille la Luz de Dios

La Pasión Por La Verdad

Cántico Espiritual A

Esperanza para los momentos difíciles

365 días con Juan XXIII

El Medievo Cristiano

Atreverse a decidir: Sin miedo ni complejos

Teresa Neumann

365 días con el Padre Pío

Conversaciones con Josemaría Escrivá de Balaguer

Razones desde la otra orilla

La Confesión, Guía Católica

Con el corazón en ascuas

La inmortalidad del alma

Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!