Dios es joven
Papa Francisco
A LOS LECTORES DE TODAS LAS EDADES
Por una revolución de la ternura
Dios es joven, es siempre nuevo.
Estábamos sentados frente a frente en una sala de la planta baja de la Domus Sanctae Marthae cuando el papa Francisco pronunció estas palabras. Recuerdo el momento exacto y, con todo detalle, su mirada encendida por una chispa, como si quisiera, junto a las palabras, transmitir algo profundo y a la vez liberador. Estábamos a mitad de nuestro quinto encuentro para la preparación de este libro y esa frase me llegó con una fuerza inusitada: como si la historia estuviera pasando, en ese instante, por mis manos, que escribían atentas palabra sobre palabra, para poder estrechar un millar de manos y llegar a un millar de corazones.
Con esas palabras memorables el pontífice estaba afirmando que los jóvenes, es decir, los grandes rechazados de nuestro tiempo inquieto, son en realidad «de la misma pasta» que Dios. Que sus mejores características son las suyas. Un Dios que no es solo Padre —y Madre, como ya había subrayado Juan Pablo I—, sino Hijo, y por ello Hermano. Francisco reivindicaba para ellos una centralidad. Los sacaba de los márgenes a que han sido relegados y los señalaba como protagonistas del presente y del futuro, de la historia común.
Si es cierto que los jóvenes son los eternos subordinados de la sociedad de consumo —fagocitados por interminables inicios para los que cuesta terriblemente hallar conclusiones lógicas y constantemente engañados por una linealidad social que ya no existe—, estas páginas nacen del deseo de liberarlos de esta condición, y el sínodo de los jóvenes de 2018, como me ha confirmado el pontífice, es el marco ideal para comprender y ahondar en profundidad en su significado.
Francisco ha dedicado una parte importante de su valioso tiempo a este proyecto y yo no he sido más que el medio que el papa ha escogido para hacer llegar sin filtros su mensaje a los jóvenes de todo el mundo.
Los jóvenes no son los únicos rechazados por esta sociedad, lo son también muchos adultos y sobre todo los ancianos, ajenos a las lógicas del mercado y del poder.
Es necesario encontrar, nos dice el pontífice, la fuerza y la determinación, pero también la ternura para crear cotidianamente un puente entre jóvenes y ancianos: de su abrazo la sociedad puede realmente salir fortalecida, en beneficio de todos aquellos que han quedado atrás y que merecen constantemente nuestra mirada.
La valentía y la sabiduría son los ingredientes esenciales de la revolución dulce que en lo más hondo todos necesitamos.
THOMAS LEONCINI
Dios es joven

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