Corrupción y pecado
SS Papa Francisco
Prólogo
En las reuniones con organismos arquidiocesanos y civiles de nuestra ciudad aparece con frecuencia, casi constantemente, el tema de la corrupción como una de las realidades habituales de la vida. Se habla de personas e Instituciones aparentemente corruptas que han entrado en un proceso de descomposición y han perdido su entidad, su capacidad de ser, de crecer, de tender hacia la plenitud, de servir a la sociedad entera. No es una novedad: desde que el hombre es hombre siempre se ha dado este fenómeno que, obviamente, es un proceso de muerte: cuando la vida muere, hay corrupción. Con frecuencia noto que se identifica corrupción con pecado. En realidad, no es tan así. Situación de pecado y estado de corrupción son dos realidades distintas, aunque íntimamente entrelazadas entre sí.
Teniendo presente esta situación me ha parecido oportuno volver a publicar un artículo que escribí en 1991. En aquel entonces los medios de comunicación dedicaron mucho espacio y tiempo a este asunto. Era la época en que Catamarca polarizaba la atención nacional y muchos se asombraban de que pudieran darse cosas por el estilo. Luego nos fuimos acostumbrando más a la palabra… y a los hechos, como si formaran parte de la vida cotidiana. Sabemos que todos somos pecadores pero lo nuevo que se incorporó en el imaginario colectivo es que la corrupción pareciera formar parte de la vida normal de una sociedad, una dimensión denunciada pero aceptable del convivir ciudadano. No quiero pormenorizar en ejemplos: los diarios están llenos de ello.
La Arquidiócesis está en Asamblea. No podemos obviar el tema que, como dije, aparece en nuestras charlas y reuniones. Nos hará bien reflexionar juntos sobre este problema y también sobre su relación con el pecado. Nos hará bien sacudirnos el alma con la fuerza profética del Evangelio que nos sitúa en la verdad de las cosas removiendo la hojarasca que la debilidad humana, unida a la complicidad, crea el humus apto para la corrupción. Nos hará mucho bien, a la luz de la palabra de Dios, aprender a discernir los diversos estados de corrupción que nos circundan y amenazan con seducirnos. Nos hará bien volver a decirnos unos a otros: “¡pecador sí, corrupto no!”, y decirlo con miedo, no sea que aceptemos el estado de corrupción como un pecado más.

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