Cuentos Rodados
Mamerto Menapace
Laque
Queridos muchachos:
Tal vez ustedes no sepan lo que es un laque. Así llaman los araucanos mapuches a la piedra de la boleadora. Cuando la piedra viene forrada en cuero, recibe el nombre de loncolacay. Al canto rodado le dan el hermoso nombre de imulcurá. Curá significa piedra cuando no se le quiere dar otra especificación.
Ya ven cuánta riqueza de vocablos tienen nuestros mapuches, gente de la tierra, para nombrar esto que tengo aquí delante mío la piedra que aprieta los papeles de este librito, a fin de que el viento no me los lleve.
Si. Me regalaron un laque. Lo encontraron en el campo, cuando la reja del arado lo dejó al descubierto. Allí estaba enterrado vaya a saber desde cuándo. Seguro que tiene mucha historia, aunque yo no la conozco. Tampoco se lo puedo preguntar, porque es una piedra llena de silencio. Es de esas realidades que no responde, interroga.
Eso si: está muy golpeada. La golpearon para redondearla, y ella tiene que haber golpeado mucho, porque le han saltado varios trozos. Lo que actualmente le quita belleza y nos descubre sus méritos.
Debió haberse desgajado hace muchísimos siglos de la inmensa cordillera sureña. ¿Cuándo, dónde, cómo? Es inútil preguntar eso. El laque no nos responderá. Igual que el Principito de Saint Exupéry, pertenece a los seres que no responden a nuestras preguntas, pero se empecinan en exigirnos respuestas.
Pudo haber sido Huemill o Güenchual, tal vez Claqueo o Colín. Nunca se sabrá. Un día se arrimó al torrente cordillerano para dar de beber a su flete, y allí’ la encontró. Quizá junto a otras muchas. Le gustó la forma. Al tomarla en su mano comprobó que tenía peso suficiente y que con un poco de ciencia y paciencia podría hacer yunta con otra que ya tenía, para fabricar la boleadora potrera que andaba necesitando. La llevó a su toldo y terminó a mano lo que el canto del arroyo había venido haciendo desde siglos golpe a golpe y verso a verso para redondearla. Le añadió algo nuevo: una ranura que la ciñe completamente como el ecuador a la tierra. Yasiaquel imulcurá se transformó en este laque, que en la mano del indio seria temible en las peleas, certera en el trabajo de frenar baguales en plena carrera o rítmica al acompañar el retumbo de una danza.
Pasaron los años y el mapuche se acriolló. La lanza se hizo picana, y el malón fue arreo. La vincha resbaló por la melena y se hizo barbijo del sombrero ancho y aludo. La boleadora se desanudó de la cintura para arrollarse prolijamente en la cabecera de los bastos como adorno criollo. Y quizá desde allí descendió para dormir en la tierra negra el sueño del cual la despertó el arado. A mi me la regaló el pibe Martínez, actual carnicero dueño de la Colorada, nacido y criado en la tribu de Coliqueo, lugar donde ejercí’ mis primeros cinco años de pastoral como cura. Lugar al que quiero mucho, como ustedes imaginarán.
Y ahora está aquí. Mientras aprieta las hojas de este librito que es para ustedes, me sigue interrogando con su historia de siglos. Siempre la misma, ella adaptó sus servicios a la manera de pensar y de ser de cada uno de aquellos que se creyeron sus propietarios. Pero hay que saber que los laques no tienen propietarios sino simplemente usuarios. Fueron ya antes que nosotros naciéramos y seguirán siendo después que nosotros nos hayamos ido. Y en cada ciclo de una nueva cultura, volverán a despertar, para brindar su servicio a sus nuevos usuarios. De allí que tendremos que tratarlos con respeto, pero con confianza.
Igual que estos cuentos que prologan. No pregunten dónde nacieron ni qué significan. Pero tengan por cierto que han rodado mucho. Vienen muy golpeados… y dispuestos a golpear.
Mamerto Menapace

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