Como incienso en tu presencia
Matilde Eugenia Pérez Tamayo
INTRODUCCIÓN
Quienes sentimos en nuestro corazón la realidad de Dios y su presencia amorosa que nos llama, respondemos a esa llamada con la oración.
La oración nace de la fe, y es un encuentro misterioso y profundo entre Dios y el hombre; un encuentro en el que los hombres tomamos conciencia de nuestra condición de criaturas y experimentamos la necesidad de la ayuda y la fuerza de Dios, porque somos incapaces de alcanzar por nosotros mismos, la plenitud de nuestra existencia y de nuestra esperanza.
En la oración nuestra vida espiritual crece, madura y se fortalece.
Orar no es esencialmente difícil, como no lo es hablar con un amigo a quien amamos. Basta hacer silencio en el corazón y abrir sus puertas a Dios, para entablar con él un diálogo sincero y afectuoso, de sentimientos, de palabras y de silencios; un diálogo en el que se escucha y se responde; un diálogo que compromete la vida misma; un diálogo de amor.
Jesús nos enseñó a orar con su palabra y con su ejemplo. En muchas ocasiones, nos dicen los evangelios, pasaba la noche en oración. Así ahondaba su fe y su confianza en el Padre que lo amaba, y fortalecía su espíritu para realizar en su vida la Voluntad de Dios, que era su gran propósito.
El Evangelio de san Mateo nos trae las indicaciones muy concretas y claras de Jesús, sobre cómo debe ser nuestra oración, para que agrade a Dios:
“Cuando oren, no sean como los hipócritas, que gustan de orar en los templos y en las esquinas de las plazas, bien plantados para ser vistos por los hombres… Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre que está allí en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará… Y al orar no repitas palabras inútiles, como hacen los paganos, que se imaginan que cuanto más hablen más caso les hará Dios. No sean como ellos, porque su Padre sabe lo que necesitan antes de que se lo pidan.
Ustedes oren así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano danos hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal” (Mateo 6, 5-13).

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