Beata Ana Catalina Emmerich
INTRODUCCIÓN
Esta Vida de María cuenta una parte esencial del plan divino para rescatar a la especie humana del desastre desencadenado por el pecado original y el esfuerzo milenario de las mejores estirpes humanas para llegar a engendrar una niña sin la tara hereditaria contraída por los primeros padres. Al final, tras siglos de esfuerzos, renuncias y mortificaciones, el matrimonio hebreo formado por Ana y Joaquín engendró con la ayuda del Cielo la niña sin tara, el vaso santo y virginal donde podía encarnarse el Hijo de Dios. La Vida de María presenta con todo detalle este proceso crucial, así como diversos momentos de la vida, el entorno y el tránsito de esta niña.
Al igual que todas las obras de Ana Catalina Emmerick, la Vida de María (Marienleben) es la selección ordenada de las notas que sobre este asunto copió el escritor Clemente Brentano al pie de su lecho de inválida. Durante cinco años, Brentano anotó en su Diario las comunicaciones (Mitteilungen) que acerca de sus «contemplaciones» (Betrachtungen) narraba aquella monja agustina, inválida y estigmatizada. Ana Catalina se había refugiado en una casa del pueblo de Dülmen cuando la administración napoleónica disolvió el convento y exclaustró a las monjas. Fuera de la clausura protectora, sus llagas dejaron de ser un secreto y Ana Catalina sufrió dos investigaciones rudas y despiadadas, una eclesiástica y otra de las autoridades napoleónicas. Más adelante, otra investigación aún más severa de la administración prusiana confirmó que Ana Catalina no tomaba más alimento que la comunión. Desde muy pequeña, Ana Catalina tenía una capacidad insólita para reconocer reliquias y remedios naturales, pero sobre todo despierta o dormida, arrobada en éxtasis o en estado de vigilia, presenciaba casi continuamente visiones de carácter simbólico o histórico. Ana Catalina asistía involuntariamente a lo que ella llamaba Bilder (cuadros) que hoy hubiera llamado secuencias cinematográficas, en los que a veces participaba y cuyo significado con frecuencia se le explicaba interiormente.
Ana Catalina era un testigo fiable, muy fáctico. Prácticamente todas sus frases comienzan con las palabras «vi que», «como si», «apareció» o «me pareció». Rara vez dice haber visto algo, sino que «vio la aparición de algo», y siempre precisa la forma en que veía, oía o sabía las cosas. Conviene tenerlo presente, aunque esta traducción española haya aligerado mucho estas reiteraciones. De este modo Ana Catalina vio, oyó y entendió en sus contemplaciones las vidas de Jesús, de María y de los santos, así como el pasado, presente y futuro de la Iglesia y de la Humanidad en visiones que al principio recogió su médico de cabecera, Wessener, pero que más tarde y durante un lustro (1819-1824) fueron la misión que se asignó a sí mismo el escritor Clemente Brentano.
Clemente Brentano (1778-1842) era, junto a Goethe y Heine, un filólogo y poeta del círculo de Heidelberg que había trabajado con los hermanos Grimm en la recogida de leyendas alemanas y en la compilación del diccionario alemán. Participaba ardientemente en el movimiento intelectual que reaccionaba contra el acartonamiento dieciochesco y que después llamaron romántico, que buscaba la realidad en las tradiciones y el alma del pueblo. Brentano supo de Ana Catalina, la visitó y quedó tan impresionado que permaneció con ella hasta la muerte de la estigmatizada.
Ana Catalina sabía que no cumpliría su destino hasta que «el Peregrino» (así llamaba ella a Brentano antes de conocerlo) pusiera por escrito sus visiones. Durante un lustro Brentano vivió para recoger el asombroso tesoro de información espiritual, histórica, incluso arqueológica, que brotaba de labios de aquella inválida de pueblo que había dejado la escuela a los cinco años.
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