Las cinco festividades del Niño Jesús

Por San Buenaventura

Prólogo

Dado que, según el parecer y la doctrina de aquellos hombres venerables que la irradiación divina más ampliamente ilustró en la Iglesia de Dios, y más abundantemente encendió la devoción celeste, la meditación del dulce Jesús y la devota contemplación del Verbo encarnado deleita el alma devota con más suavidad que la miel y que la fragancia de los más exquisitos perfumes, la embriaga más dulcemente, y con mayor perfección la consuela y conforta; de aquí que, habiéndome sustraído un poquito al tumulto de molestos pensamientos, reflexioné en silencio, dentro de mí mismo, qué pudiera yo meditar en este tiempo sobre la Encarnación para recibir algún consuelo espiritual, en el cual gustara por espejo la divina dulzura en este valle de lágrimas, de manera que, una vez gustado en algo dicho consuelo, me fastidiara toda consolación temporal y fantástica.

Y de lo secreto de la mente me saltó la idea de que el alma devota podía renovar en sí el misterio de la Encarnación, y por virtud del Altísimo, mediante la gracia del Espíritu Santo, podía espiritualmente concebir, dar a luz y poner nombre al Verbo bendito e Hijo unigénito de Dios Padre; buscarlo y adorarlo con los santos Magos y, finalmente, presentárselo a Dios Padre, conforme a la ley de Moisés, felizmente en el templo. De esta forma el alma, como verdadera discípula de la religión cristiana, viene a celebrar en sí devotamente las cinco festividades que del niño Jesús celebra la Iglesia. Y como humildemente lo imaginé, así con humildes palabras lo compuse, omitidas las autoridades por amor de la brevedad.

Si alguno, leyendo o meditando este trabajo breve y humilde, se mueve un poco a devoción del dulcísimo Jesús, a él solo, autor, fuente y principio de todos los bienes, alabe, glorifique y bendiga. Mas si no concibiere ningún afecto, culpe al escritor de insuficiente e indigno, si ya no es suya la culpa por haber leído con poca devoción y humildad.


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