Historia de mi vida

Juan Pablo II

Introducción

DEL CARDENAL ANGELO COMASTRI

Juan Pablo según… él mismo. Con esta especie de broma se podrían resumir las páginas que siguen, una verdadera «autobiografía» del papa Wojtyla escrita realmente por él día a día. En sus casi 27 años de pontificado, fueron alrededor de 15.000 los discursos y los documentos pronunciados o escritos en las más diversas circunstancias. En toda esta mole de textos, además de la amplitud y la profundidad de su magisterio, destaca el hecho de que el pontífice —en cuanto tenía oportunidad— se desviaba un momento del tema principal para referirse a episodios de su propia vida o para expresar sus sentimientos o pensamientos íntimos.

De ahí que se pueda afirmar sin mentir que en este libro, editado por Saverio Gaeta, Karol Wojtyla nos cuenta toda su vida: desde su juventud, pasando por el episcopado y el grito del comienzo de su pontificado: «¡No tengáis miedo! Abrid las puertas a Cristo», hasta los últimos momentos extraordinarios de su agonía. Al mismo tiempo, aparecen ante nosotros todos los fotogramas de una existencia que marcó de una manera especial la historia del siglo pasado, desde sus propuestas en Polonia durante el régimen comunista y las múltiples peticiones lanzadas en los cientos de visitas pastorales en todas las partes del mundo, hasta sus últimos llamamientos a la paz entre los pueblos y al respeto de los derechos de cada persona.

Supimos de dónde brotaban estas «confidencias» apasionadas cuando el Santo Padre en persona, el 3 de noviembre de 1981, se dirigió a los médicos del hospital Gemelli que le habían tratado después del intento de magnicidio diciendo: «Estoy ante ustedes sin un papel escrito. Tengo que encontrar ese papel dentro de mí, porque todo lo que quiero y tengo que decir está escrito en mi corazón». Era la afirmación de una forma de ser y de entenderse a sí mismo que todos hemos podido conocer y apreciar. Una forma de ser que estaba cotidianamente permeada por la oración, que pautaba sus días con el mismo ritmo de la respiración.

El papa Wojtyla se revela así como un hombre y un sacerdote que, tras convertirse en pontífice, no hizo más que encarnar su vocación humana y sacerdotal en el mismo horizonte previo de fe y testimonio, en una total unidad de vida, acción y enseñanza. Y en estas páginas emerge cada uno de esos aspectos: la profundidad del alma y la amplitud de su pensamiento, las numerosas iniciativas pastorales y las obras sociales promovidas para dar respuesta a las necesidades más acuciantes de nuestro tiempo.

Al leer el texto —que en muchos pasajes se presenta como una verdadera novela— han vuelto a mi mente muchos episodios de mi relación con Juan Pablo II y, en particular, aquel increíble 5 de septiembre de 2004 en Loreto, el último viaje que el pontífice hizo fuera de Roma. Había muchísima gente, especialmente jóvenes de Acción Católica, para la ceremonia de beatificación del sacerdote español Pedro Tarrés i Claret y de los laicos italianos Alberto Marvelli y Pina Suriano. Teníamos un poco de miedo, porque la salud del Santo Padre no estaba en su mejor momento. Cuando el papa Wojtyla llegó al altar, fui a su encuentro y quise animarle con estas palabras: «¡Ánimo, Santo Padre!». Pero él me vio tan preocupado que, cogiéndome desprevenido, me espetó: «¡Adelante, hijo mío!».

Esta lucidez suya se mantuvo intacta hasta el final. Cuando fui a vivir definitivamente al Vaticano y llevaba allí sólo un par de días, el 1 de abril de 2005, me llamó por teléfono monseñor Estanislao y me invitó a ir al apartamento del papa para el último adiós. Cuando llegué a su lado, el secretario tocó el brazo del papa y le dijo: «Santo Padre, aquí está el de Loreto». Él me miró y corrigió: «No, de San Pedro». Así pues, demostró tener presente el cambio de sede que se había producido y luego intentó también bendecirme para darme ánimos en mi nueva tarea en el Vaticano.

Como actual arcipreste de la basílica de San Pedro, siento una gran responsabilidad respecto a los peregrinos que vienen a rendir homenaje a su tumba en las grutas vaticanas, que se han terminado convirtiendo en un pequeño santuario. Todos los días la visitan un promedio de diez a doce mil personas que dejan una gran cantidad de notas. Muchas de ellas están escritas en forma de diálogo, como hijos que hablaran con su padre. Por ejemplo: «Querido papa Juan Pablo: tú que has amado tanto a la familia, protege también a la mía»; «Juan Pablo, te encomiendo a mi hijo que está alejado de la fe, llévalo a Dios»; «Estoy esperando a una criatura, haz que todo vaya bien. Te la confío desde este momento». Recuerdo especialmente la conmovedora carta de una niña que había oído hablar de la guerra en el telediario: «Juan Pablo: tú estás en el cielo y las bombas las lanzan desde el cielo: páralas tú».

En estas notas se encuentra todo el vocabulario de los sentimientos humanos, correlacionados con la gama de sentimientos expresados por el papa Juan Pablo II a lo largo de toda su vida. Y en estas páginas los redescubrimos íntegramente, en un camino que nos lleva de la mano al corazón, grande y profundo, del papa Juan Pablo II.


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