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Son tres los que se casan

Fulton J. Sheen

LA DIFERENCIA ENTRE EL SEXO Y EL AMOR

El amor se halla principalmente en la voluntad y no en las emociones o en las glándulas; la voluntad es la voz y las emociones son el eco. El placer asociado con el amor, o con lo que hoy se llama «sexo», es como el azúcar en la tarta, cuyo propósito es hacernos gustar la tarta, pero no ignorarla. La ilusión más grande de los enamorados es creer que la intensidad de su atracción sexual es la garantía de la perpetuidad de su amor. A causa de no distinguir entre lo glandular y lo espiritual —o entre lo sexual que tenemos en común con los animales y el amor que tenemos en común con Dios—, algunos matrimonios resultan frustrados.

Hay quienes no aman a la persona, sino al hecho de estar enamorados; lo primero es irreemplazable, no así lo segundo. En cuanto las glándulas cesan de reaccionar con su vigor prístino, las parejas que han identificado la emoción con el amor afirman que ya no se aman; si tal es el caso, jamás amaron a la otra persona, solo amaron el hecho de ser amados, que es la forma más elevada del egoísmo. El matrimonio basado únicamente en la pasión sexual solo perdura mientras perdura la pasión animal. En el transcurso de dos años la atracción animal por el otro cónyuge puede desaparecer y, cuando así ocurre, la ley viene en su ayuda para justificar el divorcio, usando las palabras sin sentido de «incompatibilidad» o de «tortura mental». Los animales, porque no tienen el deseo de amar, no acuden a los tribunales; pero el hombre, cuando procede indebidamente, como es racional, siente la necesidad de justificar su comportamiento irracional.

En una civilización decadente, la primacía del sexo sobre el amor es debida a dos motivos: el primero es la decadencia de la razón, porque, cuando los seres humanos la pierden, recurren a su imaginación, y por esta causa las películas y revistas ilustradas gozan de tanta popularidad. A medida que el juicio se debilita, avanzan los deseos incontrolados; el sexo adquiere entonces importancia porque los deseos físicos y eróticos son fáciles de satisfacer, ya que no requieren ningún esfuerzo, y las pasiones físicas les ayudan poderosamente. No es casual que una época de anti intelectualismo e irracionalismo, como la nuestra, sea una época de licencia carnal.

El segundo factor es el egoísmo. Cuando se abandona, cada vez más, la creencia en un Juicio Divino, en una vida futura, en el cielo y el infierno, en un orden moral, el yo sé entroniza más y más firmemente como origen de su propia moralidad, y toda persona se hace juez de sí misma. Con esta intensificación del egoísmo, las exigencias de la propia satisfacción se hacen más imperiosas, y los intereses de la sociedad y los derechos de los demás pierden su poder. Todo pecado es egoísmo; el amor, en cambio, es relación y entrega. El pecado es la infidelidad del hombre para con la imagen de lo que debería ser su eterna llamada, como hijo adoptivo de Dios: esa imagen que Dios ve en Sí mismo al contemplar a Su Verbo Divino.

Cuando se habla del amor conyugal, deben evitarse estos dos extremos: uno es negarse a reconocer el amor sexual, el otro, dar la supremacía a la atracción sexual. El primer error fue característico de la época victoriana; el segundo lo es de la de Freud. Para el cristiano, el sexo es parte inseparable de la persona, y reducir la persona al sexo es tan necio como reducirla a los pulmones o al tórax. Ciertos victorianos, en sus enseñanzas, negaron el sexo como función de la persona; algunos sexófilos de los tiempos modernos niegan, en cambio, la persona y hacen del sexo un dios. El animal macho es atraído hacia el animal hembra, pero el ser humano es atraído hacia otro ser humano. La atracción de un animal por otro animal es fisiológica; la atracción de un ser humano por otro es fisiológica, psicológica y espiritual. El espíritu humano tiene sed del infinito que el cuadrúpedo no tiene: este infinito es Dios. El hombre puede pervertir esta sed; en cambio, al animal no le es posible porque carece del concepto de lo infinito. La infidelidad en la vida conyugal es, fundamentalmente, la sustitución de un infinito por una sucesión de experiencias carnales finitas. La sucesión del falso infinito ocupa el lugar de lo Infinito del Destino, que es Dios. El animal es promiscuo por una razón completamente diferente a la del hombre. El falso placer producido por nuevas conquistas sexuales es el sustituto de la conquista del Espíritu en el Sacramento. La sensación de vacío, melancolía y frustración es consecuencia de no poder hallar una satisfacción infinita en lo que es carnal y limitado; la desesperación es el hedonismo desilusionado, y los espíritus más deprimidos son aquellos que buscan a Dios en un dios falso. El amor que no asciende cae, tal como la llama que no arde hacia el sol quema hacia abajo para destruir; si el sexo no sube al cielo, cae al infierno. No es posible dar el cuerpo sin dar el alma; los que creen que pueden ser fieles únicamente con el alma pero infieles con el cuerpo olvidan que ambas cosas son inseparables. El sexo aislado de la persona no existe; un brazo que actúe separado del cuerpo es un imposible porque el hombre no tiene función orgánica separada de su alma, que está involucrada en toda su persona. Nada es más psicosomático que la unión de dos en una misma carne; nada altera más la mente y la voluntad «en lo bueno y en lo malo». La separación del alma y del cuerpo es la muerte, y los que separan el sexo del espíritu están preparándose para la muerte. El goce de la persona del otro a través de la propia persona es el amor; el placer de la función animal a través de la otra función animal es el sexo separado del amor.


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