Sociedad y sensatez
Frank J. Sheed
1. Sensatez ante todo
Nuestro modo de tratar una cosa depende en última instancia del juicio que nos hayamos formado sobre ella. De distinta manera tratamos, por ejemplo, a las personas y a los gatos, porque es diferente la idea que tenemos de lo que es una persona y de lo que es un gato. Todas nuestras instituciones —la familia, la escuela, los sindicatos, el gobierno, las leyes, las costumbres y todo lo demás— brotaron de la idea que tenían del hombre los que las crearon. Si queremos comprenderlas profundamente, debemos penetrar en la idea que expresan del hombre. En la historia humana hay períodos en los que no hay necesidad inmediata y obvia de hacer esta clase de investigación profunda. Cuando las instituciones profundamente arraigadas funcionan normalmente y contribuyen a la felicidad, la gran masa de los hombres puede limitarse a vivir sencillamente con ellas sin plantearse ningún problema. Pero cuando algo no está en regla en alguna institución —de modo que se tenga que considerar la oportunidad de corregirla (y, dado que sí, en qué forma) o si debe suprimirse (y, en tal caso, con qué se ha de sustituir)—, entonces la pregunta acerca de lo que es el hombre resulta no sólo práctica, sino más práctica que ninguna otra.
Y esto por dos razones. Una de ellas es vital, aunque muy negada en nuestros días; la otra vital también pero no tan fácil de negar. La primera razón es que todos los órdenes sociales han sido hechos por los hombres y deben examinarse en función de su aptitud para los hombres. No faltarán quienes sonrían ante esta razón. Por el momento no queremos discutirla con ellos. Preferimos polar directamente a la segunda, a saber, que todos los órdenes sociales están constituidos por hombres. Los que fabrican maquinas estudian el acero, los que fabrican estatuas estudian el mármol, los que ordenan sistemas sociales han de estudiar al hombre, puesto que el hombre es la materia prima de los sistemas sociales», como el acero es la materia prima de las máquinas y el mármol lo es de las estatuas. Ahora bien, mientras no todos nos dedicamos a hacer máquinas o estatuas, todos estamos implicados en la construcción de sistemas sociales, desde los más pequeños, como la familia, hasta los más grandes, como el Estado al que pertenecemos.
Toda nuestra vida consiste en tratar con otros seres humanos. Por eso, en nuestras relaciones personales todo el problema está en saber cómo se han de tratar los hombres; en el orden político la cuestión es exactamente la misma. Pero no es posible decidir inteligentemente cómo se debe tratar una cosa antes de haber visto claramente qué es la cosa. No podremos saber cómo se ha de tratar a los hombres sin haber visto con toda claridad qué es el hombre.

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