El Papa de la ternura
Papa Francisco
Prólogo
Una vez elegido, no tardó mucho el papa Francisco en empezar a hablar de la ternura y, lo que fue más importante aún, enseguida empezó a demostrarla. Creo que el mejor ejemplo de ello en aquellos primeros días lo vimos el Domingo de Resurrección de 2013, cuando Francisco abrazó y besó a un niño gravemente discapacitado, Dominic Gondreau, después de la misa en la plaza de San Pedro.
Como tantos de los momentos más impactantes y emocionantes del papa, este no estaba en el guion. De hecho, según explicó después el padre de Dominic, un profesor universitario americano, ocurrió por casualidad. ¿O fue providencia? Había acudido al Vaticano con su mujer y sus cinco hijos, pero sin entradas; no parecía exactamente la gran ocasión para estar con el pontífice cara a cara.
En palabras de Paul Gondreau, el abrazo del papa a su hijo envió un mensaje al mundo de que «los cristianos católicos necesitan llegar hasta los márgenes y servir a los pobres, tender la mano hasta las periferias. Lo que vimos en ese abrazo es lo que él quería decir cuando hablaba de los pobres…, de los que tienen una discapacidad o necesidades especiales, de los que están solos o sufren deterioro psicológico o heridas emocionales». Gondreau explicó que el momento fue aún más insólito por la respuesta de su hijo, que lanzó su brazo alrededor del papa en un gesto de profundo afecto.
Y esta respuesta fue una sorpresa porque Dominic no tiene esa capacidad de acción motora rápida. Pero esa, quizá, fue la reacción a lo que el papa llama la revolución de la ternura. En este libro, Eva Fernández ha hecho un trabajo extraordinario al describir momentos como este, hermosas batallas en el curso de esta revolución maravillosa.
Incluso antes de ser elegido pontífice, Francisco ya desafiaba a los fieles sobre cómo trataban a los que son parte de la «cultura del descarte» —los mendigos, por ejemplo—, preguntándoles si los miraban a los ojos y si tocaban sus manos cuando les daban una moneda. Es un reto para nosotros también cada día. «No tengáis miedo a la ternura», le gusta repetir a Francisco.
Pero como Eva nos muestra, es lo que el papa hace, no lo que dice, lo que enseña la lección. Su abrazo a aquel hombre severamente deformado, Vinicio, se dio de una forma tan natural y espontánea que recordaba a san Francisco abrazando al leproso. Esa imagen, la del papa abrazando y besando a Vinicio, alguien que se había acostumbrado a ser tratado como un monstruo, nos habla más de cómo deberíamos comportarnos como cristianos que horas y horas de homilías.
El libro de Eva es el tercero de una especie de trilogía española. El primero fue El papa de la misericordia, de Javier Martínez-Brocal, y el segundo El papa de la alegría, de Juan Vicente Boo. El papa de la ternura completa el set, y Eva consigue realmente captar la esencia del papa Francisco.
Cuando estábamos juntos al frente de la Oficina de Prensa vaticana, Paloma García Ovejero y yo hablábamos con frecuencia de lo que consideramos el principal mensaje de Francisco: la misericordia. Y el mensaje es este: «Dios te perdona». Pero hay dos corolarios. Uno, que Dios te ama, y ahí es donde la alegría entra en juego, sabiendo que Dios te ama más que una madre o un padre ama a sus hijos. El segundo es este: compartir el amor, y compartir el amor de Dios significa mostrar ternura.
Si hay alguien que ha dado vida a la palabra ternura, ese es el papa Francisco: un gigante que se deja la piel en los pequeños; un hombre que se santifica haciéndose uno con los débiles; que no tiene miedo a las lágrimas ni a los abrazos. Su ternura gestual es solamente lo que desborda de algo mucho más profundo: bajo cada caricia, cada rodilla hincada frente a la carne de Cristo, hay un Francisco que sabe amar como Jesús, que guía a la Iglesia con autenticidad y valentía.

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