Liberalismo y apostasía
Alberto Caturelli
Introducción
El solo término «liberalismo» arrastra consigo una equivocidad y una confusión semántica cada vez mayor, aunque ésta no haya logrado borrar del todo un sentido único, más o menos oculto, que es el común denominador de todos los liberalismos. Por otro lado, me parece percibir que, además, de los sentidos (teológico, filosófico, político-social y económico) que implica el término «liberalismo», existe también una «mentalidad» liberal, una suerte de talante que ha crecido sobre una implícita doctrina y que es, frecuentemente, más poderosa que las claras convicciones racionales. Por eso, quizá sea menester un primer examen del término que nos permitirá eliminar los sentidos no adecuados por un lado y, por otro, acercarnos a sus significaciones más propias; pero no expresará tampoco su sentido total porque éste ha de surgir a lo largo del desarrollo del presente estudio y será puesto de manifiesto en la conclusión.
Por lo pronto, para comenzar por lo más obvio, debe excluirse de la actual significación de «liberalismo», la del término «liberal» en su acepción clásica según la cual «se denomina liberal al que regala “libe-ralmente” y sin murmurar» como dice San Isidoro (Etymologiarum, X, 156); este sentido, aún hoy en vigencia en ciertas expresiones del mundo cultural hispánico, viene a identificarse con la virtud moral de la liberalidad, que es parte de la justicia y está constituida por el hábito de dar, de usar con desprendimiento del dinero (bien útil) en bien del prójimo (Sto. Tomás, S. Th. II-II,117,4); de ahí se siguen ciertas expresiones referidas al «liberal» como el hombre generoso en el dar sin esperar recompensa.
No es necesario referirnos a los derivados de las clásicas «disciplinas liberales» y a las profesiones libres o «liberales» ya que estos términos, como los indicados en primer lugar, no conllevan el significado de una concepción general del mundo o de un determinado sistema socio-político.
El término «liberalismo» supone un determinado contexto histórico doctrinal del que no puede ni debe ser aislado sin ensanchar cada vez más equivocidad que suele acompañarlo; en esa perspectiva, sea que el término «liberal» provenga de las jornadas del 18-19 Brumario cuando Napoleón disolvió la Asamblea de los Quinientos poniendo las bases del Consulado (1799), sea que su verdadero origen haya que buscarlo en el empirismo contractualista inglés, lo cierto es que su significado moderno expresa mucho más que un régimen político. Expresa una verdadera concepción general del mundo.
En tal caso, es posible hablar de un liberalismo teológico, de un liberalismo filosófico, político y económico y aunque se encontrarán diferencias internas muy evidentes, siempre será sencillo mostrar el común denominador esencial que a todos los une; en consecuencia, el término «liberalismo» designará un orden de ideas, una visión de la realidad humana y social. De donde se siguen dos consecuencias inmediatas: el intento actual de designar con el término «liberalismo» una realidad distinta a la que el término expresa en su contexto histórico-doctrinal, aumentará la confusión; en segundo lugar, se comprende que no deben identificarse los términos «li-beralismo» y «democracia».
Del hecho de que el liberalismo, en la actualidad, propugne una «democracia liberal» como expresión política genuina de su visión del mundo, no se sigue que el régimen democrático se identifique con la democracia liberal. Por el contrario, en este estudio me atreveré a sostener que la verdadera democracia es antiliberal y orgánica, y que el régimen liberal es antidemo-crático.

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