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¡Espíritu Santo, ven!

Padre Diego Jaramillo

Introducción

Dios ha querido revelarse a los hombres en toda la belleza de su ser, como un Padre que nos ama, como un Hijo que nos salva y como un Espíritu Santo que vive en nosotros y nos transforma.

Esas tres Personas divinas esperan de nosotros que las conozcamos y amemos, como lo deben hacer las criaturas con respecto a su Hacedor.

Sin embargo, los seres humanos no realizamos siempre el deseo de Dios. El pecado, la distracción y el olvido nos llevan a vilipendiar nuestra dignidad de hijos del Padre, de hermanos de Jesucristo y de templos del Espíritu Divino, que se nos confirió de modo explícito en nuestro bautismo.

Conviene, por tanto, tomar conciencia de quién es Dios para nosotros y quiénes somos nosotros para Dios, darnos cuenta del amor que el Padre nos tiene, de la gracia y redención que Jesús nos ofrece y de la presencia dinámica del Espíritu Santo en nuestros corazones, y una vez que hayamos vislumbrado siquiera la magnitud del actuar divino en nosotros, nos comprometamos al servicio de quien debe ser el Señor de nuestra vida.

Esa toma de conciencia y ese compromiso de amor suelen vivirse con especial intensidad por los creyentes en una experiencia espiritual, denominada de diferentes maneras. Aunque se refieren a la misma realidad, cada nombre aporta un matiz distinto. Del conjunto de todos ellos se configura una visión.

Cualquiera sea el nombre con que designamos la experiencia del Espíritu, lo fundamental es que la vivamos e invoquemos la acción de Pentecostés en nuestra vida. Para ello sea quizás útil recordar las palabras de san Juan Eudes:

Les he propuesto unas pequeñas prácticas para señalarles el camino que hay que seguir a fin de andar siempre según Dios y vivir en el Espíritu de Jesús.

Este mismo Espíritu les enseñará más, si ustedes tienen cuidado de entregarse a Él al comienzo de sus acciones, porque deben tener muy en cuenta que la práctica de las prácticas, el secreto de los secretos, la devoción de las devociones es no apegarse a ninguna práctica o ejercicio particular de devoción, sino poner gran cuidado, en todos sus ejercicios y acciones, en darse al Espíritu de Jesús, y hacerlo con humildad, confianza y desprendimiento, a fin de que, hallándolos sin apego al propio espíritu y satisfacciones, Él tenga poder y libertad para obrar en ustedes según sus deseos, poner en ustedes las disposiciones y los sentimientos de devoción que sean de su agrado y conducirlos por las sendas que a Él le plazca.


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