Meditaciones de San Agustín
San Agustín
Capítulo 1.
El amor es el camino que lleva a la vida
Necesitamos ser vigilantes, atentos, animosos y solícitos para indagar y aprender el modo y la manera de poder evitar las penas del infierno y conseguir la felicidad del cielo; puesto que no podremos evitar aquel tormento ni adquirir aquel gozo, si no es conociendo el camino para esquivar lo primero y poder alcanzar lo segundo.
Escuchemos, entonces, con gusto, y meditemos atentamente las palabras del Apóstol, donde manifiesta dos cosas, a saber: que la vida gloriosa del cielo es inefable, y cuál es el camino que conduce a esa vida. Porque dice: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni comprendió el corazón del hombre lo que Dios ha preparado para los que lo aman (1Co. 2, 9). Al decir que Dios ha preparado bienes para quienes lo aman, está mostrando que el amor es el camino por el que se llega a esos bienes. Pero no puede darse el amor de Dios sin el amor del prójimo, como atestigua San Juan, cuando dice: Quien no ama a un hermano suyo, a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ve? Y el mandato que tenemos de Dios es que quien ama a Dios, ame también a su prójimo (1Jn. 4, 20). En este doble amor consiste la verdadera caridad, de la que habla el Apóstol, cuando dice: Os vaya mostrar aún un camino mucho mejor (1Co. 12, 31). Ved cómo la caridad es el camino más excelente que lleva a la patria celestial, sin él nadie puede llegar allí. Pero ¿quién es el que anda por ese camino?, ¿quién lo ha conocido? El que ama a Dios y al prójimo.
¿Cómo debemos amar a Dios y al prójimo? Debemos amar a Dios más que a nosotros mismos, pero al prójimo como a nosotros. Amamos a Dios más que a nosotros, cuando anteponemos en todo los mandamientos suyos a nuestra voluntad, porque no se nos manda amar al prójimo más que a nosotros, sino como a nosotros, es decir, debemos querer y desear al prójimo todo el bien que debemos querer y deseamos a nosotros, sobre todo la felicidad eterna, y ayudarle a conseguirla, tanto en las cosas corporales, como en las espirituales, según lo pide la razón, y los recursos lo permitan. Por lo cual el Señor dice en el evangelio: Tratad vosotros a los demás como queréis que los hombres os traten a vosotros (Mt. 7, 12); Y el apóstol Juan dice: No amemos de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad (1Jn. 3, 18) Y ¿quiénes son los prójimos a los que debemos amar así? Ciertamente son todos los hombres, sean cristianos, judíos, paganos, tanto amigos como enemigos.

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