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Vida de Maximiliano Kolbe

José Luis Vázquez Borau

Introducción

San Maximiliano Kolbe, además de ser santo, es símbolo del espíritu de sacrificio y solidaridad humana. Nació en enero de 1894 en la localidad polaca de Zdunka-Wola. Tras haber ingresado en 1907 en la orden de los franciscanos menores conventuales, realiza sus estudios eclesiásticos en Roma. En 1919 se doctora en Filosofía y Teología y es ordenado sacerdote. A partir de ese momento, de retorno ya en Polonia, comienza una gran actividad apostólica, utilizando para ello por vez primera los recursos que la técnica moderna le brindaba: prensa, radio, cine, etc. Editor de varias publicaciones pastorales, funda en 1927 la denominada «Ciudad de la Inmaculada», a unos 40 kilómetros de Varsovia, una especie de convento en el que vivían casi mil religiosos. Kolbe se dedicó con preferencia al periodismo y, llevado por su espíritu misionero, marchó al Japón, llegando a Nagasaki el 24 de abril de 1930, junto a dos compañeros y con el dinero indispensable para poder subsistir una temporada, tras casi dos meses de viaje marítimo. Allí permaneció hasta 1936. Vuelve a Polonia y, al inicio de la II Guerra mundial, con el ataque alemán contra su país el 1 de septiembre de 1939, el padre Kolbe es arrestado y deportado a varios campos de exterminio, para acabar finalmente en el de Oswiecim (Auschwitz). El 14 de agosto de 1941 se entrega en lugar de un compañero que iba a ser destinado a muerte. Posteriormente su cuerpo fue incinerado en un horno crematorio. En 1971, el papa Pablo VI lo declaró beato, y el 10 de octubre de 1982 Juan Pablo II, también polaco, y a quien el testimonio del padre Kolbe le había influenciado, según su propio testimonio, en su vocación, lo canonizó.

Con motivo de los veinte años de la canonización del padre Maximiliano Kolbe, los Frailes Menores Conventuales de Polonia abrieron el archivo de Niepokalanow, la Ciudad de la Inmaculada, fundada por el mismo mártir de Auschwitz. Entre los manuscritos del Santo, destaca la última carta que escribió y que acaba con besos a su madre. Una carta que refleja una ternura que no se mostraba en otros escritos, y que hace pensar que el sacrificio con el que ofreció la vida voluntariamente en sustitución de un condenado a muerte fue algo que maduró a lo largo de su vida. Este es el documento escrito: «Querida madre, hacia finales de mayo llegué junto con un convoy ferroviario al campo de concentración de Auschwitz. En cuanto a mí, todo va bien, querida madre. Puedes estar tranquila por mí y por mi salud, porque el buen Dios está en todas partes y piensa con gran amor en todos Y en todo. Será mejor que no me escribas antes de que yo te mande otra carta, porque no sé cuánto tiempo estaré aquí. Con cordiales saludos y besos, Raimundo Kolbe».

Juan Pablo II, un año después de su elección, dijo en Auschwitz: «Maximiliano Kolbe hizo como Jesús, no sufrió la muerte sino que donó la vida». La expresión remite a unas palabras escritas por el padre Kolbe unas semanas antes de que los nazis invadieran Polonia: «Sufrir, trabajar y morir como caballeros, no con una muerte normal, sino, por ejemplo, con una bala en la cabeza, sellando nuestro amor a la Inmaculada, derramando como auténtico caballero la propia sangre hasta la última gota, para apresurar la conquista del mundo entero para Ella. No conozco nada más sublime».

Maximiliano Kolbe nos transmite a todos nosotros un mensaje de esperanza, como muy bien expresa el pintor, escultor y escritor italiano Pietro Annigoni (1910-1988): «La figura de Kolbe es excepcional; su gesto está fuera de toda lógica y más allá de los criterios humanos. Entregar la propia vida en lugar de otro, sabiendo el destino que le esperaba, no es una reacción común. Lo hace porque era un hombre de Dios, un cristiano de los de verdad, de aquellos que han sabido vivir las exigencias del Evangelio hasta el final. Al pintar el episodio culminante de su vida, confieso que me he sentido conmovido. He vivido en mi espíritu aquel drama. Pero también he comprendido que todo no se acaba ahí. El mensaje de la vida entera de Kolbe es un mensaje de esperanza. Su rostro, a pesar de los pesares, se mantiene sereno. Y esa tranquilidad la obtiene de la convicción de saberse amado por Dios. La serenidad le proviene también de aquel rostro de la Virgen en el que ha reflejado su vida entera»[1].

En este libro nos proponemos, en primer lugar, analizar el complejo marco histórico de la Polonia de la época; después presentaremos la biografía de Maximiliano Kolbe; y, finalmente, se incluye un texto del propio Santo, que muestra su extraordinaria devoción por la Inmaculada.


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