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El padre Pío y la oración de quietud

Peter Dyckhoff

Introducción

Para dar a conocer y difundir la oración de quietud, he impartido muchos cursos de «Iniciación en la oración de quietud» en instituciones de formación y en casas religiosas. Hoy me apoyan activamente profesores bien formados. En mis muchos viajes llegué también a Krefeld, al monasterio de la Visitación de Nuestra Señora, que preside la superiora general de las hermanas franciscanas, la hermana Alfonsa Fischer. Aquí, el interés por la oración de quietud fue especialmente grande y, sin que se notara a las inmediatas, los cursos dejaron huella de tal manera que más tarde muchas aprendieron también tan simple y eficaz forma de oración. Esta forma de oración fue puesta por escrito por el monje Juan Casiano (360-435), con lo que ha podido ser transmitida hasta hoy sin falsificación.

Un día me llamó la superiora general, la hermana Alfonsa, y me informó de que había leído en la revista Voce di Padre Pio [La Voz del Padre Pío], de los capuchinos de la provincia de la orden de Sant’Angelo de Padre Pio, que «el P. Pío había orado la oración de quietud». Llena de alegría por este hallazgo, y a petición mía, me leyó al teléfono el artículo del hermano Luciano Lotti «El P. Pío, las llagas y el Templo». La H. Alfonsa prometió además enviarme esa edición alemana de Voce di Padre Pio. Intrigado, esperé el correo; y dos días después pude leer lo siguiente:

Las cartas de estos años, sobre todo las escritas a partir de noviembre de 1913, nos llevan en esa dirección. En la famosa carta sobre la «oración de quietud», escribe en conexión con las Moradas de santa Teresa de Ávila:

La forma ordinaria de mi oración es esta: apenas he comenzado a orar, siento inmediatamente cómo mi alma se recoge en una paz y en un equilibrio que no soy capaz de expresar con palabras. Los sentidos quedan desconectados, con excepción del oído, que muchas veces no está desconectado; sin embargo, ese sentido, en general, no me molesta y tengo que confesar que no me perturbaría lo más mínimo aunque en torno a mí se armara el mayor alboroto.

Los expertos en teología espiritual describen este estado como «oración de quietud» o «contemplación pasiva»: el Señor se posesiona del alma y dirige completamente su oración.

En febrero del año siguiente confirmó el P. Pío este modo de obrar de Dios en una carta al P. Agostino:

Lo que el alma recibe en este estado, lo recibe de una manera completamente distinta que antes. Ahora es Dios mismo quien obra y actúa inmediatamente en el centro del alma sin ayuda de los sentidos, sean los internos o los externos. […]. Lo que yo puedo decir de este estado presente es que el alma no presta atención a ninguna otra cosa que a Dios solo; siente que todo su ser está concentrado y recogido en Dios y que esta concentración y recogimiento son tales que todas las facultades, hasta en sus primerísimos movimientos, se dirigen natural y como espontáneamente a Dios y sobre Él se abalanzan instintivamente (Carta 176, del 9 de febrero de 1914 [Ep-I, 453-454]).


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