Ignacio de Loyola, nunca solo
José María Rodríguez Olaizola, SJ
Prólogo
¿Un nuevo libro sobre Ignacio de Loyola? ¿Otra semblanza? ¿Pero no está ya todo dicho sobre el fundador de los jesuitas? ¿Otra vuelta de tuerca, machacona y reiterativa, sobre las andanzas del «peregrino»? ¿La enésima relectura de las cavilaciones del autor de los Ejercicios espirituales en el confuso y apasionante siglo XVI? He de confesar que estas, y otras preguntas del mismo cariz se convierten en una muralla sólida que parece clavarse en tierra ante mí al pensar en acometer este empeño. «¿Para qué?», me susurra, sensato y lúcido, mi yo más pragmático. «Sugiere otro nombre, otro autor, algún especialista que lo escriba», me aconseja, certero, mi sentido común. «Lánzate», me dice, atolondrado, mi yo más impulsivo, el que a veces me conduce en la dirección más acertada y otras me precipita de cabeza al abismo. «Discierne», me dice, bienintencionado, mi yo más jesuítico, aun sabiendo que no conviene abusar de esos términos. Y así me encuentro, reflexivo y dubitativo, especulando sobre la conveniencia o inconveniencia de adentrarme en una nueva aproximación a Ignacio.
Si estás leyendo estas páginas es señal de que me he lanzado, y tal vez a este prólogo siga un libro, de mejor o peor calidad (tú lo tendrás que juzgar), sobre san Ignacio de Loyola. Por ahora, comparte conmigo las reticencias, las abundantes objeciones que me provocan fatiga sólo de pensar en escribirlo.
La cuestión principal es esta: ¿No está ya todo dicho? Desde todas las perspectivas y puntos de vista imaginables, la vida, obra y pensamiento de Ignacio han sido objeto de innumerables estudios. Desde la ferviente alabanza y desde el odio febril. Desde su autobiografía y la inmediatez de las décadas posteriores a su muerte hasta estos inicios del siglo XXI, que siguen viendo aproximaciones al peregrino de Loyola. Una y otra vez se ha vuelto sobre su figura desde las inquietudes de distintas épocas (y ello comprende enfoques tan peculiares como el análisis de su liderazgo para ejecutivos agresivos de nuestros tiempos). Hay sesudos estudios históricos, ensayos sobre su psicología, tesis innumerables que profundizan en la relación de Ignacio con su época, congresos para estudiar sus escritos, monografías sobre aspectos de su personalidad y su obra, artículos de prestigiosos pensadores que analizan pormenorizadamente la significación del peregrino. Y si se trata de intentar sintetizar todo esto en una obra sugerente que permita aproximarse con fluidez y hondura a la persona, creo que esa síntesis, abundante y literaria, ya la hizo Ignacio Tellechea, bajo el encabezado de Ignacio de Loyola, solo y a pie, con tal sensibilidad y rigor a partes iguales que durante décadas seguirá siendo una obra de referencia.
Ante tal abundancia documental uno ha de preguntarse, con honestidad, para qué (o cómo) volver sobre la figura de Ignacio. Evidentemente no se trata ahora de hacer un trabajo enciclopédico de erudición ignaciana, dedicando arduos esfuerzos a releer «todo» lo escrito y entresacar párrafos en un orden que pretenda ser original. O uno es un verdadero sabio –no es el caso–, o se corre el peligro de terminar haciendo un impecable trabajo de cortar y pegar, en el que lo más digno sería la bibliografía consultada (y, en consecuencia, recomendada). Tampoco puedo pretender un planteamiento muy especializado. Esto por dos razones. En primer lugar, no creo ser especialista en ninguna de las áreas que permitirían dicho enfoque (historia, psicología, filología, espiritualidad ignaciana…). En segundo lugar, una semblanza –que es de lo que aquí se trata– tiene que evitar el excesivo énfasis en una dimensión si quiere contribuir a un acercamiento comprehensivo a la persona presentada.
Hasta aquí todo me conduce, irrevocablemente, al «no». Solucionaría la papeleta con una amable carta a la editorial, la sugerencia de algunos nombres alternativos y la tranquilidad de no tener que afrontar este reto. Sin embargo, hay también motivos para intentarlo.

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