San Benito Abad

PROLOGO

1 ESCUCHA, hijo, los preceptos del Maestro, e inclina el oído de tu corazón; recibe con gusto el consejo de un padre piadoso, y cúmplelo verdaderamente.

2 Así volverás por el trabajo de la obediencia, a Aquel de quien te habías alejado por la desidia de la desobediencia.

3 Mi palabra se dirige ahora a ti, quienquiera que seas, que renuncias a tus propias voluntades y tomas las preclaras y fortísimas armas de la obediencia, para militar por Cristo Señor, verdadero Rey.

4 Ante todo pídele con una oración muy constante que lleve a su término toda obra buena que comiences,

5 para que Aquel que se dignó contarnos en el número de sus hijos, no tenga nunca que entristecerse por nuestras malas acciones.

6 En todo tiempo, pues, debemos obedecerle con los bienes suyos que Él depositó en nosotros, de tal modo que nunca, como padre airado, desherede a sus hijos,

7 ni como señor temible, irritado por nuestras maldades, entregue a la pena eterna, como a pésimos siervos, a los que no quisieron seguirle a la gloria.

8 Levantémonos, pues, de una vez, ya que la Escritura nos exhorta y nos dice: «Ya es hora de levantarnos del sueño».

9 Abramos los ojos a la luz divina, y oigamos con oído atento lo que diariamente nos amonesta la voz de Dios que clama diciendo:

10 «Si oyeren hoy su voz, no endurezcan sus corazones».

11 Y otra vez: «El que tenga oídos para oír, escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias».

12 ¿Y qué dice? «Vengan, hijos, escúchenme, yo les enseñaré el temor del Señor».

13 «Corran mientras tienen la luz de la vida, para que no los sorprendan las tinieblas de la muerte».

14 Y el Señor, que busca su obrero entre la muchedumbre del pueblo al que dirige este llamado, dice de nuevo:

15 «¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días felices?».

16 Si tú, al oírlo, respondes «Yo», Dios te dice:

17 «Si quieres poseer la vida verdadera y eterna, guarda tu lengua del mal, y que tus labios no hablen con falsedad. Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y síguela».

18 Y si hacen esto, pondré mis ojos sobre ustedes, y mis oídos oirán sus preces, y antes de que me invoquen les diré: «Aquí estoy».

19 ¿Qué cosa más dulce para nosotros, carísimos hermanos, que esta voz del Señor que nos invita?

20 Vean cómo el Señor nos muestra piadosamente el camino de la vida.

21 Ciñamos, pues, nuestra cintura con la fe y la práctica de las buenas obras, y sigamos sus caminos guiados por el Evangelio, para merecer ver en su reino a Aquel que nos llamó.

22 Si queremos habitar en la morada de su reino, puesto que no se llega allí sino corriendo con obras buenas,

23 preguntemos al Señor con el Profeta diciéndole: «Señor, ¿quién habitará en tu morada, o quién descansará en tu monte santo?».

24 Hecha esta pregunta, hermanos, oigamos al Señor que nos responde y nos muestra el camino de esta morada

25 diciendo: «El que anda sin pecado y practica la justicia;

26 el que dice la verdad en su corazón y no tiene dolo en su lengua;

27 el que no hizo mal a su prójimo ni admitió que se lo afrentara».

28 El que apartó de la mirada de su corazón al maligno diablo tentador y a la misma tentación, y lo aniquiló, y tomó sus nacientes pensamientos y los estrelló contra Cristo.

29 Estos son los que temen al Señor y no se engríen de su buena observancia, antes bien, juzgan que aun lo bueno que ellos tienen, no es obra suya sino del Señor,

30 y engrandecen al Señor que obra en ellos, diciendo con el Profeta: «No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria».

31 Del mismo modo que el Apóstol Pablo, que tampoco se atribuía nada de su predicación, y decía: «Por la gracia de Dios soy lo que soy».

32 Y otra vez el mismo: «El que se gloría, gloríese en el Señor».

33 Por eso dice también el Señor en el Evangelio: «Al que oye estas mis palabras y las practica, lo compararé con un hombre prudente que edificó su casa sobre piedra;


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