John Ronald Reuel Tolkien

Extracto

Había una vez un pueblo, no hace mucho tiempo para los de buena memoria, ni muy distante para los de largas zancas. Llevaba el nombre de Wooton Mayor, porque era más grande que Wootton Menor, a pocos kilómetros de distancia en la espesura del bosque; aun así no era muy importante, aunque gozaba por entonces de prosperidad y contaba con un buen número de vecinos buenos, malos y regulares, como es habitual.

Era, a su manera, un pueblo notable, bien conocido en todos los contornos por la destreza de su gente en distintos oficios, pero sobre todo por su arte culinario. Disponía de una gran Cocina, propiedad del Ayuntamiento, y el Cocinero Mayor era todo un personaje. La Residencia del Cocinero y la Cocina lindaban con el Gran Pabellón, el edificio más capaz y antiguo del lugar, y el más hermoso. Estaba hecho de buena piedra y buena madera de roble, y bien cuidado, aunque ya no mostraba las pinturas y dorados que había lucido en épocas pasadas. En él tenían lugar las reuniones y debates de los lugareños, los festejos populares y reuniones familiares. Así que el Cocinero siempre se hallaba atareado, pues a su cargo corría el menú propio de todas estas ocasiones. En cuanto a las muchas fiestas que a lo largo del año se celebraban, la comida se juzgaba adecuada si era abundante y sabrosa.

Una festividad en particular era esperada por todos con especial interés, porque era la única del invierno. Duraba una semana, y al atardecer del último día se ofrecía una gran fiesta, llamada de los Niños Buenos, a la que no se convidaba a muchos. Faltaban, sin duda, algunos que merecían estar invitados, y por error se llamaba a otros que no eran dignos; así son las cosas, por mucha atención que intenten poner los que velan por tales asuntos. De cualquier forma, era el azar de la fecha de nacimiento lo que sobre todo determinaba que un niño tomase parte en la Fiesta de los Veinticuatro, ya que sólo se celebraba una vez cada veinticuatro años y únicamente se invitaba a veinticuatro muchachos. Todos esperaban que el Maestro Cocinero se luciera de forma especial en ocasión semejante, y además de otros muchos bocados apetitosos era costumbre que preparase una gran tarta. De su buen acierto (o de todo lo contrario) dependía casi exclusivamente que su nombre se recordase, pues rara vez, si alguna había habido, un Cocinero Mayor ocupaba su cargo el tiempo suficiente para preparar una segunda tarta.


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