Jesús Sánchez Adalid

Prólogo

Según los informes, hoy día los escolares españoles leen más a los diez años que a los catorce. Es decir, a medida que aumentan en edad, baja considerablemente la afición de los adolescentes por la lectura; y es entre los catorce y los dieciocho años cuando se aprecia el menor interés. Las partes implicadas en fomentar la lectura —editores, docentes, bibliotecarios, padres y escritores— señalan la dificultad y las limitaciones de los intentos en este sentido. Todos reconocemos que, en general, los jóvenes leen poco.

Las causas de este drástico descenso son múltiples: los alumnos gozan de una mayor autonomía personal y reciben el continuo bombardeo de ofertas atractivas: salir con los amigos, hacer deporte, ir al cine, ver la televisión, navegar en Internet…

El público juvenil es exigente, tanto como pueda serlo el adulto e incluso más; porque la memoria, la imaginación y la atención se desarrollan en la adolescencia y se acrecientan la capacidad de abstracción y el espíritu crítico, tan característico de esta edad. No obstante, somos conscientes de que imponiendo en las aulas el corpus tradicional de obras clásicas generalmente no se consigue fortalecer el hábito lector en la educación secundaria, sino que, por el contrario, puede incluso decaer el interés por la lectura.

Sin embargo, se ha comprobado que la presencia de la literatura juvenil en los diseños del currículo y en la programación de la educación secundaria constituye sin duda un medio válido para fortalecer el hábito lector. Lo cual no quiere decir que la literatura juvenil deba sustituir a la clásica; pero este subgénero puede representar una literatura de transición, una iniciación que posteriormente alcanzará su desarrollo.

Y al igual que sucede con la Literatura, hoy día uno de las grandes preocupaciones de la enseñanza es lograr la motivación del alumnado por la Historia. Consideramos que un buen tratamiento de la ficción y la realidad, conjugadas, nos abre un gran campo de posibilidades, ya que permitirá al joven una aproximación amena, amigable, a la Historia, al dotar de emoción a los acontecimientos y los personajes. Una manera de conseguir esta meta puede ser el empleo de la novela histórica como recurso didáctico. El objetivo no será, por supuesto, sustituir al texto oficial; sino completarlo, facilitando a los alumnos el acercamiento a temas históricos que les pueden parecer menos atractivos tratados en los libros de texto. Al sentirse el propio alumno lector un protagonista más del relato, será fácil que se introduzca en la época concreta y llegue a comprender otras sociedades, culturas, hechos y mentalidades de una forma más atractiva.


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