Dolores y Gozos de San José

Jesús Martínez García

El Papa Juan Pablo II ha afirmado que «las almas más sensibles a los impulsos del amor divino ven con razón en José un luminoso ejemplo de vida interior» Exh. Ap. Redemptoris Cusios, 27). No es de extrañar que el Fundador del Opus Dei tuviera gran devoción al esposo de María y deseara no separar la devoción a la Virgen de la de San José -pues Dios les unió en esta tierra-. Por eso quiso que en Torreciudad los peregrinos pudieran realizar el ejercicio de los Gozos y Dolores de San José.

A él le gustaba invocarle con un título entrañable: Nuestro Padre y Señor. «San José es realmente Padre y Señor, que protege y acompaña en su camino terreno a quienes le veneran, como protegió y acompañó a Jesús mientras crecía y se hacía hombre. Tratándole se descubre que el Santo Patriarca es, además, Maestro de vida interior: porque nos enseña a conocer a Jesús, a convivir con El, a sabernos parte de la familia de Dios» (Es Cristo que pasa, 39).

Y hablaba de San José como de una persona muy cercana, de alguien a quien se trata: «Yo me lo imagino -decía- joven, fuerte, quizá con algunos años más que Nuestra Señora, pero en la plenitud de la edad y de la energía humana», y añadía que «de las narraciones evangélicas se desprende la gran personalidad humana de José: en ningún momento se nos aparece como un hombre apocado o asustado ante la vida; al contrario, sabe enfrentarse con los problemas, salir adelante en las situaciones difíciles, asumir con responsabilidad e inicia­tiva las tareas que se le encomiendan» (Es Cristo que pasa, 40).

Dios cuenta con los hombres y las mujeres para realizar la redención en la historia, pero necesita que ellos se confíen plenamente en Él y pongan a su servicio todo lo suyo: su liber­tad, su iniciativa, todas sus capacidades. San Josemaría -que tenía esa experiencia- impulsó a muchas personas a dedicar sus más nobles energías -toda su vida- a esta tarea de la santidad y el apostolado. Porque a cada uno le llama Dios en las circunstancias normales de su exis­tencia.

Y ponía como ejemplo al santo patriarca: «José era efectivamente un hombre corriente, en el que Dios se confió para obrar cosas grandes. Supo vivir, tal y como el Señor quería, todos y cada uno de los acontecimientos que compusieron su vida. Por eso, la Escritura Santa alaba a José, afirmando que era justo».

Cada uno tenemos nuestro trabajo, nuestra familia, nuestras amistades; Dios nos ha pues­to ahí, con nuestras circunstancias, para hacernos santos y llevar todo hacia Él. «Se trata, en definitiva, de la santificación de la vida cotidiana, que cada uno debe alcanzar según el propio estado y que puede ser fomentada según un modelo accesible: San José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos; San José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan grandes cosas, sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas» (Redemp- toris Custos, 24).


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