Cardenal Carlo María Martini

PRÓLOGO

Formamos parte de una civilización racional, técnica, lógica y científica y, por ello, con razón, nos preocupamos de acercarnos a la Escritura sobre bases científicas. Yo mismo me he dedicado a una lectura sólida, objetiva y seria que parta del texto y no invente significados.

Sin embargo, una vez que se establece seria y objetivamente el texto, debemos ser capaces de disponer de la libertad explicativa que vemos en el Nuevo Testamento. Mateo, por ejemplo, usa libremente el oráculo de Jeremías, que llora por los deportados, para aplicarlo a una situación que está viviendo.

Tenemos, por lo tanto, el derecho y el deber de reflexionar en nuestros sufrimientos de hoy, en nuestras dificultades y problemas pastorales, con las palabras de Jeremías. Tales palabras no nos han sido transmitidas simplemente para repasar su itinerario histórico y su ambiente, sino para que nos ayuden a interpretar el presente. El Nuevo Testamento lee el Antiguo con esta libertad, la misma libertad con la que la Iglesia lee la Escritura. Es muy importante el uso familiar de la Biblia, pero depende de nosotros. Si la Escritura nos resulta extraña, la trataremos con temor, mientras que si la conocemos y la consideramos como un bien precioso, la usaremos con libertad, es decir, familiarmente.

Todas las páginas del Antiguo Testamento nos pueden ayudar a autocomprendernos, a leer con libertad nuestra historia, las etapas de nuestro camino. Entonces, las amenazas, las lamentaciones y las invectivas de Jeremías valen para todos los sufrimientos históricos de la Iglesia y de la sociedad; y las consolaciones de Jeremías siguen vivas para todos los llantos históricos de la Iglesia y de la sociedad. Las páginas del profeta son aplicables a nuestros dolores y a los de aquellos a quienes amamos, a los sufrimientos de tantos grupos humanos, a los conflictos entre naciones y pueblos, a los sufrimientos de todos los marginados y todos los pobres, a los dolores de las ciudades en guerra, a tantas lágrimas que tratamos de compartir para caminar con todas las mujeres y hombres de la Tierra. Cada vez me convenzo más de que, por ejemplo, para ayudar a los pobres hay que sufrir con ellos, entenderlos, amarlos. La caridad pastoral no nos permite encontrarnos con las personas si nos situamos por encima o nos quedamos a distancia, sino que abre nuestro corazón a una sintonía y sensibilidad profundas que nos acercan a Raquel, que llora por sus hijos, a las madres que lloran por el hambre de sus hijos, por las miserias y los sufrimientos de la vida cotidiana.

Carlo María Martini Cardenal arzobispo de Milán


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