De María a María: Puerta del Cielo

María Vallejo-Nágera

Prólogo

Un auténtico disparate

«Ten siempre el corazón en el cielo y los ojos en el suelo».
(Beato Fray Leopoldo de Alpandeire, Granada 1936)

La Virgen María fue durante muchos años una gran desconocida para mí, querido lector. Me importaba muy poco –quizá nada– quién era o de dónde venía. Creo que incluso me llegué a plantear si había existido alguna vez o si, por el contrario, pertenecía a la invención de un presbítero loco de los primeros siglos. Era –aún soy– una mujer ignorante; exudo lagunas escatológicas por cada poro de la piel y mi aprendizaje, aunque impulsado por una indiscutible e incesante curiosidad espiritual, es lento y laborioso. No soy teóloga ni erudita, pero tengo claro que la existencia de María, Madre de Dios y Madre nuestra, no es una memez provocada por una disparatada quimera religiosa. Hoy sé que Ella se manifiesta de forma real y que actúa eficiente y directamente sobre nuestras vidas. Su papel, situado en una balanza perfecta, se basa en una maternidad extraordinariamente protectora que supera toda expectativa, comprensión y raciocinio humano. Y sostengo algo más inaudito aún: su presencia hoy entre nosotros es tan real como lo fue hace 2.000 años, cuando recorría tierras galileas y alimentaba, educaba y finalmente enterraba a su Hijo Jesús. No siempre he pensado así, querido lector: mi camino hacia la Virgen María comenzó de una manera extraña y desconcertante, siendo ya una madre con tres hijos, y habiendo cumplido los 35 años.

Puedo asegurarle que antes de ese encuentro simplemente me importaba un rábano.

La llegada de la Madre de Dios a mi alma aconteció en el año 1999 durante un almuerzo en un restaurante de moda de Londres, ciudad en la que llevaba residiendo pocos años por motivos laborales. Por aquel entonces mis hijos eran aún muy pequeños y mi vida giraba, de forma serena y feliz, en torno a la familia que había creado con mucho amor, dedicación y sacrificios. Las grandes y pequeñas cruces que a todos acompañan –no han faltado en mi vida enfermedades muy serias y fallecimientos de seres queridos– intentaba sobrellevarlas con la mayor templanza posible. Hoy sé que todo lo iba superando al observar con gozo cómo mis hijos crecían sanos y vigorosos; solo eso me bastaba para ser feliz y tirar para adelante.


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