San Manuel González

Primera parte:

EN BUSCA DE SU CORAZÓN

Conocer a Jesús

 ¡Conocer y dar a conocer a Jesús! ¡Conocerlo y darlo a conocer todo lo más que se pueda! He aquí la suprema aspiración de mi fe de cristiano y de mi celo de sacerdote, y la que quisiera que fuera la única aspiración de mi vida. Y no digo conocer y amar, y darlo a conocer y amar, porque, con que se conozca, basta.

El que conoce con toda evidencia una verdad no puede negarla, no es libre para no admitirla. El que conoce ciertamente un bien, tampoco es libre para odiarlo o quererlo. El bien conocido y reconocido como tal bien, es necesariamente querido.

Cuando odiamos un bien es porque no lo conocemos del todo o nos engañamos tomándolo por mal. Cuando queremos un mal, no es porque lo tengamos por mal, sino que, engañándonos, lo tomamos por bien. Jesús es verdadero y bueno. Más aun, es la Verdad y el Bien, y se le odia, sin embargo.

¿Por qué?

Porque no se le conoce, o se le conoce muy a medias.

En el cielo, en donde es conocido con una luz más fuerte que la de la razón y la de la fe, que es la luz de la gloria, como es, no en representación ni espejo, no hay peligro ni libertad de dejar de quererlo eternamente.
En la tierra, mientras más nos acerquemos por el estudio, la oración, la fe y la contemplación a su conocimiento, ciertamente, más irresistiblemente lo amaremos.

Por eso ha podido Él decir que la vida eterna, o sea, la vida sobrenatural y divina, a la que nos ha elevado por su gracia en la tierra y por la luz de la gloria en el cielo, no es otra cosa que el conocer al Padre y al Hijo. Y más simplemente aun: el conocerlo a Él.

– «Señor, muéstranos al Padre y nos basta», le dice san Felipe…

– «El que me ve a Mí ve a mi Padre», responde Jesús. Esto es: la Vida eterna es conocer a Jesús de todos los modos que podamos conocerlo, con medios naturales y sobrenaturales, desde conocerlo por la historia y por la fe, hasta conocerlo y saborearlo por el Don de Sabiduría en todo lo que pueda Él ser conocido. En Sí mismo como Dios y como Hombre; en sus relaciones con su Padre Dios y con su Espíritu Santo Dios; en sus obras como Dios y como Hombre. Y, como en frase gráfica de san Pablo «todo subsiste en Él». En todo, tanto en lo del cielo cuanto en lo de la tierra, se descubre, se ve y se conoce a Jesús.

En ninguna otra ciencia, ni en ningún otro hecho, ni verdad, ni bien, puede descansar el alma y saciar todas sus aspiraciones como en ver, conocer, saberse y saborear a Jesús.

¡Qué bien expresaba esa suprema aspiración del espíritu, aquel clamor de los gentiles que se acercaban al apóstol Felipe en el atrio del templo: “Queremos ver a Jesús”! Y ¡qué admirablemente bien respondía al ansia de ese clamor la palabra con que Jesús llama e invita: «Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba».

Desde entonces, a partir de esa dulcísima invitación, el gran sediento de felicidad, el género humano, ha quedado dividido en dos inmensos grupos, el de los que van a Jesús a beber y saciarse y el de los que no quieren ir y se retuercen en las torturas de una sed rabiosa…

¡Pobres sedientos y pobres muertos de sed a un paso del torrente de aguas vivas!

Estas páginas quisieran ser grito y luz y fuerza que levanten y empujen para que vean y sepan y saboreen a Jesús los que no lo conocen o lo conocen mal o a medias.


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