Edward Herskowitz

INTRODUCCION

PROFESAMOS nuestra fe en Dios Trino y su Iglesia cada domingo que asistimos a Misa. ¿Sabemos lo que profesamos? ¿Entendemos lo que hacemos y decimos? Creer en algo, en el sentido más estricto de la palabra, significa acogerlo mentalmente, dejar que impregne la imaginación y luego vivir esa creencia. Al creer en una cosa o en alguien, se hace parte de ti.

Lo que se entiende de esto es que hay que pensar en lo que profesamos en el Credo. Lo contrario seria aceptar algo sin entenderlo. Desafortunadamente esa es la situación de muchos católicos. Aceptan sin entender. El recitar, rezar, o murmurar el Credo sin pensar en lo que se dice es un ejercicio inútil.

A pesar de todo esto, sí hay que creer ciertas cosas que no se entienden porque son revelaciones que vienen de Dios. Estas revelaciones hay que aceptarles en fe. Por ejemplo: No se puede entender el misterio de la Santísima Trinidad, pero sí podemos entender que hay un Padre, un Hijo y un Espíritu Santo, ¿verdad?

Creer en algo o en alguien, entonces, es más que una función de la mente o de la voluntad, es una actividad de la persona plenamente viva. Creer en algo o en alguien se manifiesta en el comportamiento, en la manera en que vivimos la vida. “Así como el cuerpo sin el espíritu está muerto, del mismo modo la fe que no produce obras está muerta” (Santiago 2, 26).

Desde su origen, la Iglesia expresó y confesó su propia fe con dichos breves y sencillos aunque profundos: “Jesús es Señor” (Romanos 10, 9) y un poco más largo pero continúa brevemente: “…les he transmitido la enseñanza que yo mismo recibí, a saber: que Cristo murió por nuestros pecados, tal como lo dicen las Escrituras; que fue sepultado; que resucitó al tercer día, como lo dicen también las Escrituras…” (1ª Corintios 15, 3-4).

Pero no pasó mucho tiempo hasta que la Iglesia quiso recoger lo esencial de la fe en resúmenes destinados no sólo a los creyentes sino principalmente a los candidatos al bautismo, los catecúmenos.

El Credo, que se encuentra en dos formas, se le llama “profesión de fe” porque resume la fe que profesan los cristianos. Se llama “Credo” porque es lo que creemos (en resumen) y también porque la primera palabra es normalmente “Creo” o “Creemos”. El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) le llama un “símbolo de la fe” porque es un signo de identificación y de comunión entre los creyentes. Así que el CREDO es un sumario o recopilación de las principales verdades de la fe católica. Para poder orar el Credo hay que entenderlo, saber de que se trata.

El Credo es trinitario, reconoce la Santísima Trinidad: Glorifica al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. El misterio de la Santísima Trinidad es la expresión de que Dios es Amor y, eso es todo lo que es. Dios se ama a sí mismo pero se ama en el otro. El Padre ama al Hijo y el Hijo devuelve ese amor. El Espíritu Santo es el Testigo de ese Amor. Son tres que se dan a sí mismos tan perfectamente que siguen siendo Uno.

Esta Profesión de Fe nos enseña a no creer en lo que somos, queremos, sentimos, hacemos, ni lo que merecemos, sino en quien es Dios y lo que hace, permite y otorga. Con el Credo nos podemos enfocar en Dios mismo, no en las cosas de Dios.

Esta obra, por insuficiente que sea, es un comentario o explicación del Credo y también es la expresión de mi propio Credo: lo que Dios me ha enseñado para poder decir con toda firmeza y sinceridad: CREO.


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