La confianza en Dios

Jacques Philippe

Prólogo

Tal vez uno de los términos más utilizados en nuestro tiempo sea el de “seguridad”, pues el miedo y la desconfianza se han instalado en el corazón de millones de personas que piensan en el futuro como un reto insuperable. Nos gustaría saber que nuestra salud, nuestra familia, nuestro dinero, incluso nuestros sentimientos van a estar “asegurados” frente a tantos peligros que se ciernen sobre nosotros. Todos queremos estar protegidos, tanto a nivel social como en nuestra dimensión más íntima, y para ello contratamos seguros de empresas o profesionales que prometen garantizarnos un bienestar más que dudoso. No podemos olvidar que en nombre de la paz y de la seguridad internacional se llegaron a desarrollar sistemas de armamento absolutamente destructores que pusieron a la humanidad al borde de la completa catástrofe y que han marcado la sensibilidad de toda una generación. También en nombre de la seguridad interior muchas personas de buena voluntad han caído en terribles dependencias psicológicas o farmacológicas que nunca terminan de resolver nada, pues el miedo sigue reinando en los corazones. Son innumerables los individuos que hoy en día padecen horribles crisis de ansiedad y de angustia sin ningún motivo aparente, pues nuestro estilo de vida nos hace esclavos de unas necesidades “innecesarias” que al faltarnos provocan en nosotros fobias y miedos desconocidos. Todos nos preguntamos en quién podemos depositar nuestra confianza sin saber dar una respuesta adecuada.

Pero no hemos de tener ninguna vergüenza a la hora de aceptar que es propio del ser humano hallarse débil y dependiente, pues la primera de las bienaventuranzas cristianas consiste precisamente en reconocer que somos pobres en el espíritu, es decir, que tenemos carencias y debilidades que nos pueden acompañar siempre. A todos nos gustaría dar ante los demás una imagen de suficiencia y madurez que no se corresponde con nuestra realidad interior, ya que una cosa es lo que somos y otra lo que parecemos. Nos encantaría tener un control completo de todas las situaciones difíciles que se nos presentan, sin darnos cuenta de que no somos dueños de nuestro futuro y de que hay ciertas realidades que nos superan, porque somos barro de la tierra; es más, el problema real surge cuando no tenemos capacidad de convivir con nuestros miedos y eso hace que crezcan de día en día hasta convertirse en verdaderos tiranos que limitan y dificultan nuestras tareas cotidianas. Pero nuestros miedos nos definen, ya que por medio de ellos conocemos cuáles son las cosas que más tememos perder, y por tanto dónde está puesto nuestro corazón, cuál es el tesoro que más valoramos.

Precisamente porque Dios nos conoce mejor que nosotros mismos, la Sagrada Escritura está llena de invitaciones a superar desde la fe ese miedo interior. Es Jesús resucitado el que se presenta a sus discípulos invitándolos a tener paz interior, pues la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte es algo que nos afecta a todos plenamente; también hoy la fuerza del Resucitado llega a los corazones y los transforma como lo hizo en la primera hora de la Iglesia. “No tengáis miedo”, dice constantemente el Señor a todos aquellos que le escuchan y le siguen a lo largo de los siglos. En definitiva, la confianza en Dios es el antídoto que Jesucristo propone a sus discípulos de todos los tiempos. Este fue el secreto de los mártires, de los misioneros, de tantos santos y héroes anónimos cristianos que nunca se dejaron arrastrar por la inseguridad personal ni por un miedo que, por supuesto, visitó su corazón como también visita el nuestro.


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