John Kirvan

Entendí que nuestro Señor no llama a los que son dignos, sino a los que él quiere.

Teresa de Lisieux

Cuando nos encontramos con la historia de Teresa de Lisieux , quedamos «desarmados» por su simplicidad.

Nacida en Alengon, Francia, en 1873, Teresa fue la menor de nueve hermanos, de los cuales cuatro fallecieron tempranamente. De las cinco hermanas que sobrevivieron, todas llegaron a ser religiosas. Tenía sólo quince años cuando entró en el Carmelo de Lisieux, donde fue conocida como Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Murió al cabo de nueve años, transcurridos en el anonimato. Nada indica que su fama de santidad se hubiera esparcido más allá de las paredes del claustro, y, a excepción de unos pocos misioneros (los hermanos espirituales de Teresa fueron el abate Mauricio Belliére y el P. Adolfo Roulland) con los cuales intercambiaba correspondencia, nadie más que su familia inmediata y sus hermanas Carmelitas sabían de su existencia.

Pero, en el curso de unos pocos años, llegó a ser conocida, objeto de un extraordinario culto a lo ancho del mundo. Sor Teresa de Lisieux se había convertido en «La Pequeña Flor».

Así cumplía la promesa que había hecho en su lecho de muerte: pasar su cielo haciendo el bien sobre la tierra. En 1925, menos de treinta años después de su muerte, fue canonizada por la Iglesia. Sin duda, la santa más popular y querida del siglo veinte se convirtió en una extraordinaria fuerza de influencia para la vida espiritual de millones de personas.

Lo que quebró el anonimato de Teresa fue la publicación de su autobiografía, escrita en varias etapas por obediencia a sus superiores religiosos. Su enorme impacto se debió a la extraordinaria visión interior manifestada en una vida que fue, bajo todos los aspectos, ordinaria. Su historia fue recibida con el reconocimiento de millones de personas, que se daban cuenta de la posibilidad que se abría para ellos: «Yo no seré una monja contemplativa», podrían decir, «pero, como ella, siento la atracción de Dios. Soy sólo uno de los ‘pequeños’, pero, leyendo la historia de Teresa, entiendo que puedo contemplar ser un santo…un pequeño santo».


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