El demonio de la acedia

P. Horacio Bojorge

La acedia se encuentra instalada en forma de hábitos en las sociedades y en las culturas, de modo que se puede hablar de una verdadera civilización de la acedia y de esto trata este primer capítulo de esta serie.

Estamos en una civilización de la acedia, no se diagnostica este mal de manera explícitamente religiosa y nuestro diagnóstico es religioso. Normalmente se habla de la sociedad depresiva, hace pocos años publicó el Padre Tony Anatrella, un jesuita francés, psicólogo social y psicólogo consultor de la Santa Sede, un libro que se llama “La Sociedad Depresiva” en el que nos dice que “la depresión no es solo la enfermedad más extendida en nuestra civilización, sino que es su mal característico”. La nuestra es una sociedad que se caracteriza por ser depresiva, deprimida y de alguna manera deprimente.

Otro gran psicólogo muy reconocido, Viktor Frankl, decía hace muchos años que la depresión se debe a que el hombre necesita tener un sentido último, y cuando pierde ese sentido último empiezan los procesos psicológicos y neurológicos que lo sumergen en la depresión, en la tristeza.

En los siguientes capítulos veremos que la acedia es una tristeza, pero una tristeza por los bienes últimos, es tristeza por el bien de Dios, o la incapacidad de alegrarse con Dios y de alegrarse en Dios.

La sociedad depresiva ha avanzado muchísimo en procurarles a los hombres bienestar y progreso material, a llevado a los pueblos a mejorar su nivel de vida, sin embargo eran pueblos que cuando no tenían tanto bienestar sabían celebrar la vida por que se alegraban en las cosas sencillas, y aunque tuvieran menos posibilidades de bienestar tenían sin embargo más alegría. Parece que esta sociedad depresiva, en la medida en la que aumenta el disfrute de las cosas, pierde la capacidad de disfrutar y alegrarse, y produce entonces un nuevo tipo de fiesta, que ya no es la fiesta de la celebración de la vida sino que es una fiesta de evasión de la cual vuelve a la vida diaria con una sensación de aburrimiento o abrumado, después de haber huido como que se recluye de nuevo en la cárcel de las cosas y no encuentra ya la alegría de los vínculos. Es una sociedad en que se está agrediendo a los vínculos y principalmente al principal que es el vínculo con Dios.


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