Mujeres de luz

María Vallejo-Nágera

PRÓLOGO

NIÑA DE OJOS GRANDES

«La vejez es la pérdida de la curiosidad».

AZORÍN

Siempre he sido curiosa… Tanto que hasta esa afición mía de quererme enterar de todo me ha puesto en algún que otro aprieto del que luego me ha costado un sinfín de malabarismos y peripecias escapar. Creo que la causa de este despropósito —o don, según se vea— proviene del estado femeninamente escandaloso de mi alma, tan enclavado en detalles a los que somos propensas las mujeres por naturaleza. En otras palabras y para que lo entienda, querido lector: reconozco que soy cotilla y que me gusta enterarme de todo, en especial si de lo que se trata es de hablar de personajes de interés público. Y me fijo hasta en sus más ocultos secretos, en sus avatares y contiendas, penetrando en sus mundos —tan ajenos al mío—, con ojos absolutamente asombrados. Y entre todo tipo de personajes son las mujeres de cuyos corazones brotan espectros de luz las que más me interesan. La curiosidad que siento por sus vidas —fechorías incluidas— me embriaga hasta el punto de querer hurgar incluso en el baúl más recóndito de sus desvanes, ahí en donde guardan las enaguas.

A veces las vidas de estas mujeres de luz transcurrieron en siglos muy lejanos; otras, me son cercanas en el tiempo… Pero todas me interesan. Qué le voy a hacer, querido lector. Ya ve que desde este primer minuto se lo confieso: llevo el fisgoneo en la sangre. Pero no se ilusione demasiado, pues no todas las que le presento en este escrito mío son cegadoras con la misma intensidad. Algunas encontrará que solo dejaron brotar de sus auras tonos grises —no por ello menos hermosos—, que marcaron de forma diferente e igualmente válida el horizonte de aquellos con quienes se cruzaron; pero irradien el color que sea, le aseguro que también han dejado poso, semilla y hasta leyendas inenarrables, que ahora hacen difícil distinguir la realidad de la ficción de sus peripecias.

De niña viví un aturdimiento extraño, una fascinación sorpresiva con ellas. Desde el minuto en el que las conocí fisgando descaradamente entre las revistas femeninas que por doquier dejaba mi madre en su elegante vestidor —una preciosa mujer a quien le gustaba la moda y el mundo de las grandes estrellas de cine de los años sesenta—, todo me interesó sobre esas mujeres de luz. ¡Qué hermosas y fascinantes eran! Y mire usted que he tenido que esperar la llegada de las primeras canas para buscar y encontrar información valiosa sobre ellas. ¡Y cuántas han sido las sorpresas que me he llevado metiendo la nariz en esos libros, querido lector! Porque, sin soñarlo siquiera, me he dado de bruces con datos infinitamente más sorprendentes y cautivadores de lo que nunca esperé.


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