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Nuevos Mediterráneos

Lucas Buch

PÓRTICO

La vida de los santos es una luz que ilumina el camino de nuestras vidas cuando cae la noche. Ellos han recorrido ese mismo camino, y han sabido llegar a la meta: el Amor de Dios que está en nuestro origen, y que desea abrazarnos por toda la eternidad.

En estas páginas vamos a poner nuestra mirada en la vida santa de Josemaría Escrivá; en particular, en algunos descubrimientos que hizo en sus años de joven sacerdote. Como señalaron muchas personas que le conocieron, fue un enamorado de Dios que enseñó a muchas almas a «ahondar en la hondura del Amor de Dios, para poder así, con la palabra y con las obras, mostrarlo a los hombres». Ese es el camino de la vida cristiana, que deseamos emprender también nosotros.

Ahora bien, este camino hacia adentro tiene una peculiaridad. No transita de un lugar conocido a otro desconocido: consiste más bien en ahondar en lo que ya se conoce, en lo que parece obvio, de tan oído. Se descubre entonces algo que, en realidad, se sabía, pero que ahora se percibe con una fuerza y una profundidad nueva. San Josemaría se refiere a esa experiencia hablando de distintos «Mediterráneos» que se fueron abriendo ante sus ojos de manera inesperada. Así lo expone, por ejemplo, en Forja:

«En la vida interior, como en el amor humano, es preciso ser perseverante. Sí, has de meditar muchas veces los mismos argumentos, insistiendo hasta descubrir un nuevo Mediterráneo.»—¿Y cómo no habré visto antes esto así de claro?, te preguntarás sorprendido. —Sencillamente, porque a veces somos como las piedras, que dejan resbalar el agua, sin absorber ni una gota. »—Por eso, es necesario volver a discurrir sobre lo mismo, ¡que no es lo mismo!, para empaparnos de las bendiciones de Dios».

«Discurrir sobre lo mismo» para intentar abrirnos a toda su riqueza y descubrir así «¡que no es lo mismo!» Ese es el camino de contemplación al que estamos llamados. Se trata de surcar un mar que, a primera vista, no tiene nada de nuevo, porque forma parte de nuestro paisaje cotidiano. Los romanos llamaban al Mediterráneo Mare nostrum: se trataba del mar conocido, del mar con el que convivían. San Josemaría habla de descubrir Mediterráneos porque, en cuanto nos adentramos en esos mares que creemos conocer bien, se abren ante nuestros ojos horizontes amplios, insospechados. Podemos decir entonces al Señor, con palabras de santa Catalina de Siena: «eres como un mar profundo, en el que cuanto más busco más encuentro, y cuanto más encuentro más te busco».


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