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Visitas al Santísimo Sacramento y a María Santísima

San Alfonso María de Ligorio

V i s i t a 1 ª

Se lee la Oración preparatoria para todos los días

He aquí la fuente de todo bien, Jesús en el Santísimo Sacramento, el cual nos dice: Quien tenga sed, venga a mí. ¡Oh, cuán abundante raudal de gracias han sacado siempre los Santos de esta fuente del Santísimo Sacramento, donde, como predijo el Profeta, dispensa Jesús todos los méritos de su Pasión!: ¡Sacaréis agua de las fuentes del Salvador!  La condesa de Feria, aquella ilustre discípula del B. Padre Maestro Ávila, que se hizo religiosa de Santa Clara, y fue llamada, por sus frecuentes y largas Visitas a Jesús Sacramentado, la esposa del Santísimo Sacramento, habiéndosele preguntado qué hacía en tantas horas como pasaba ante el Adorable misterio del Altar, respondió: «Allí estaría yo por toda la eternidad». Pues qué, ¿no está allí la esencia misma de Dios, que será eterno sustento de los bienaventurados?

¡Ah, Dios mío! Preguntan, ¿qué se hace en presencia de Jesús Sacramentado? ¿Y qué clase de bien deja de hacerse? Se ama, se alaba, se agradece, se pide… Y ¿qué hace un pobre en presencia de un rico?; ¿qué hace un enfermo ante el médico?; ¿qué hace un sediento a la vista de una fuente cristalina?; ¿qué hace un hambriento, en fin, ante un espléndido banquete?

¡Oh, Jesús mío amabilísimo, dulcísimo y amantísimo, vida, esperanza, tesoro y único amor de mi alma! ¡Cuánto os costó el quedaros con nosotros en este Sacramento!… Preciso es que murieseis para quedar después sacramentado en nuestros altares.

Y luego, ¡cuántas injurias no habéis tenido que sufrir en este Sacramento, para auxiliarnos con vuestra presencia! Mas todo lo ha superado vuestro amor y el deseo que tenéis de ser amado de nosotros.

Venid, pues, Señor, venid; entrad dentro de mi corazón, y cerrad después la puerta para siempre, a fin de que no vuelva a entrar en él ninguna criatura que quiera robarme parte de aquel amor que se os debe y que yo consagro enteramente a Vos. Reinad en mí Vos solo, amado Redentor mío; tomad sólo Vos posesión de todo mi ser; y si alguna vez no os obedezco perfectamente, castigadme con rigor, para que en adelante sea más diligente en complaceros como Vos queréis.

Haced que nada desee, ni busque otro deleite que agradaros a Vos, visitaros con frecuencia en vuestros altares, conversar con Vos y recibiros en la Santa Comunión. Busque quien quisiere otros bienes, que yo no quiero ni deseo otra cosa que el tesoro de vuestro amor.

Este solamente quiero pediros al pie del altar. Haced que me olvide de mí para acordarme únicamente de vuestra bondad.

Serafines bienaventurados, no os envidio vuestra gloria, sino el amor que tenéis a vuestro Dios y Dios mío. Enseñadme, pues, lo que he de hacer para amarle y darle gusto.

Jaculatoria. ¡Oh, Jesús mío, sólo a Vos quiero amar, sólo a Vos quiero agradar!

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