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San Antonio Abad y San Pablo Ermitaño (Ilustrado)

Antonio oye la voz de Dios

A los dieciocho años Antonio perdió a sus padres y se quedó solo con una hermana más joven. Ya desde entonces pensó en consagrarse por entero al servicio de Dios.

Cierto día oyó en la iglesia leer estas palabras que Nuestro Señor dijo al rico del Evangelio: “Si quieres ser perfecto, anda y vende cuanto tienes y dale el dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, después ven y sígueme” (Mt.19,21).

Antonio, tomando a la letra este consejo de Jesucristo, se fue a casa y empezó a vender las fincas que había heredado de sus padres y a repartir el dinero a manos llenas entre los más necesitados. Otro tanto hizo con los mejores muebles que tenía, quedándose para él y para su hermana con sólo lo necesario.

Pero poco después oyó de nuevo en la iglesia aquel texto del Evangelio en el que dice Jesucristo: “No os inquietéis por vuestra vida, por lo que habéis de comer o beber, ni por vuestro cuerpo, por lo que habéis de vestir… No os preocupéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos y que beberemos, y con qué nos vestiremos? Los hombres sin fe se afanan por todo eso, pero vosotros buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mt.6, 25-33).

Antonio creyó que aquello estaba escrito para él y que aquellas pocas cosas con las que se había quedado debería venderlas también y darle todo el dinero a los pobres.

Habló con su hermana y ésta aceptó entrar de monja en un monasterio, y dándole por dote la parte que le correspondía, todo lo demás lo vendió repartiendo el dinero entre los pobres.


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