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Retiro para gente joven

Ronald A. Knox

PARA QUÉ SIRVE UN RETIRO

¿Cuál es la finalidad de unos días de retiro espiritual?… Yo diría que fundamentalmente no es otra cosa que dejar que Dios actúe en tu alma. Puede ser una acción en apariencia pequeña –probablemente lo será–, pero tal vez signifique el comienzo de algo. Dios quiere lavar tu alma, iluminar tu vida; tal vez te haga ver algún pecado oculto, algún hábito malo que desconoces, una amistad peligrosa… Quizá te ilumine de tal forma que descubras cómo quiere que le sirvas. A lo mejor algo de lo que yo diga sea la señal –sólo la señal– para que empieces a pensar por tu cuenta sin que tú mismo lo adviertas.

Supongo que estarás de acuerdo conmigo en que no hay nada más insustancial que la conversación de los que viajan juntos en un tren, en el mismo compartimento. A veces, alguien dice algo divertido que guardas en el recuerdo para contarlo luego a los amigos, pero, en general, la conversación suele ser intrascendente. No hace mucho, oí una historieta de esas, que procuré no olvidar para contarla en ocasiones como ésta. Es una tontería: había un mozo de estación que iba golpeando las ruedas de los vagones con un martillo, como suele ocurrir a veces cuando el tren se para en algunas estaciones. Un pasajero, al verle, se asomó a la ventanilla y gritó: «¿Desde cuándo viene haciendo eso?». «Desde hace veinte años, señor», contestó el mozo. «¿Y para qué lo hace?», volvió a preguntar el viajero. «No tengo ni idea»…

Muchos de vosotros tal vez responderíais lo mismo si os preguntaran para qué hacéis lo que estáis haciendo en el colegio. Cuando yo estudiaba el bachillerato tuve que hacer un montón de ecuaciones de segundo grado que no sé si se siguen haciendo. Lo cierto es que nunca me he encontrado con una en la vida y que no tengo ni idea de para qué demonios sirven, aunque no dudo de que sirvan para algo.

Probablemente, a vosotros os ocurrirá lo mismo, con el latín o con cualquier otra asignatura. Os preguntáis para qué demonios sirve, pero no osáis preguntarlo para no poneros en evidencia o despertar las iras del profesor. Así, optáis por callaros.

Cuando uno es pequeño, pregunta muchas cosas. Luego, en el colegio, solemos perder ese hábito, tal vez porque consideramos que puede ser «peligroso». Pero lo peligroso es callarse, sobre todo en temas religiosos.

Mirad: en la escuela o en el colegio es fácil caer en la rutina. Puedes rezar, confesar, comulgar, ir a misa sólo porque los demás lo hacen; y es una pena. Si te preguntas cuántas veces haces esas mismas cosas durante las vacaciones, y la respuesta es negativa, te darás cuenta de lo que quiero decirte. Y lo mismo puede ocurrir con los cursos de retiro. ¿Los haces sólo porque los hacen todos? Sería absurdo. Tan absurdo como la respuesta del mozo de estación que llevaba haciendo veinte años lo mismo.

Cuando era pequeño, a mí también me gustaba hacer preguntas. Y, por supuesto, la primera vez que monté en un tren, pregunté a mi padre qué es lo que hacía el hombre del martillo golpeando las ruedas. Me dijo que lo hacían para asegurarse de que no había ninguna rota, pues cuando el metal se quiebra suena distinto. No sé si su explicación fue muy exacta y completa, pero en cualquier caso sirve para nuestras vidas y para explicar lo que un curso de retiro significa en ellas.


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