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Por qué orar, cómo orar

Enzo Bianchi

ORAR HOY

Es tarea de toda generación cristiana, y de todo cristiano en cada una de las generaciones, retomar el camino de la oración, redefmir la oración no tanto abstractamente cuanto viviéndola. Como dice una célebre máxima: «Si eres teólogo, rezarás verdaderamente; si rezas verdaderamente, eres teólogo» (Evagrio, La oración 60), es decir, eres una persona que tiende a aquel conocimiento íntimo y penetrante de Dios capaz de configurar la vida cotidiana. Frente a esta tarea hay que admitir de inmediato que, ayer como hoy, orar no es fácil para el cristiano: las dificultades relativas a la oración no constituyen una novedad para los creyentes, que a menudo experimentan malestar en la relación con ella. No es casual que ya los primeros discípulos sintieran la necesidad de recibir una instrucción sobre la oración, y llegaran a pedir a Jesús: «Señor, enséñanos a orar» (Le 11,1) .

Ahora bien, más allá de los obstáculos particulares que las diversas épocas históricas ponen a la oración cristiana, esta es por su misma naturaleza un problema: la oración, en efecto, no es una actividad evidente, porque no corresponde a una operación natural del hombre, ni puede ser puesta bajo los signos restrictivos de la espontaneidad emotiva o de la búsqueda esotérica de técnicas de meditación. Por el contrario, lejos de ser el fruto del sentido natural de autotrascendencia del hombre o de su «sentido religioso» innato, la oración aparece, según la revelación bíblica, como don, esto es, como respuesta del hombre a la decisión prioritaria y gratuita de Dios de entrar en relación con él; es acogida y reconocimiento, a través de la escucha de la Palabra y el discernimiento en el Espíritu Santo, de una Presencia que está en nosotros anteriormente a todo esfuerzo nuestro por estar atentos a ella; es un descentramiento del propio «yo» para dejar que el «yo» de Cristo despliegue su vida en nosotros (cf. Ga 2,20). En suma, la oración es un movimiento de apertura a la comunicación con Dios en el espacio de la alianza con él.

Hay que decir, además, que las dificultades de la oración cristiana nos remiten de inmediato a las dificultades concernientes a la fe. De hecho, la oración es siempre oratio fidei (euche tés písteos: Sant 5,15), es decir, no solo una oración que se ha de hacer con fe, sino que desciende de la fe: la oración es la capacidad expresiva de la fe, es su modalidad elocuente. Bajo esta luz, es dramáticamente significativo que hoy la dificultad más difundida no esté tanto en el cómo orar, sino en el por qué orar y que, por consiguiente, estemos asistiendo a una especie de eclipse de la oración personal.

Desde el momento en que también la oración, como toda realidad espiritual, es un fenómeno condicionado histórica y culturalmente, es necesario anteponer al itinerario siguiente un rápido análisis histórico: partiendo del examen de la situación en la que la oración se ha arraigado en los últimos decenios (la periodización adoptada aquí será forzosamente indicativa), examinaré después brevemente el clima cultural en el que se sitúa hoy la oración.


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