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La Misión del Pueblo que sufre

Carlos Mesters oc

Los cánticos del siervo de Dios en el Libro del Profeta Isaías

El libro se abre con una desgarradora historia del dolor del pueblo.  Una de esas historias que acaecen todos los días, a las que nos vamos haciendo casi insensibles por nuestra limitada capacidad de simpatía y solidaridad, pero que siguen levantando hasta el cielo, más claro, creciente, impetuoso y amenazante, “el grito de un pueblo que sufre y que demanda justicia, libertad, respeto a los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos” (Cf. Puebla 87-89).

Aconsejado por un amigo sacerdote que sufría indeciblemente en su lecho con la columna desbaratada, el autor se puso a reflexionar sobre los cánticos de Isaías teniendo como fondo el dolor de su pueblo.  “Este sufrimiento tienen que tener un sentido.  En la lucha por la justicia y la fraternidad debe haber lugar para todos!  Aun para el canceroso que muere solo en una cama, abandonado por todos! Si no fuera así, entonces, ¿qué es lo que estoy haciendo yo en esta cama?”, le comentó su amigo, invitándolo a estudiar los cánticos.  Durante cinco años se dedicó a su estudio; “caminaré por las calles del Brasil y de la Biblia.  Y ahora estoy aquí, de regreso en la casa del Padre Alfredo, para contarle lo que encontré.

Estas bellas y profundas reflexiones sobre el Siervo sufriente ofrecen al pueblo que sufre un modelo para ayudarle a descubrir en la figura doliente del siervo su misión como Pueblo de Dios en la historia presente.  Los cánticos le indican los cuatro grandes pasos de su camino de liberación como siervo sufriente de Dios.

El autor propone al final de la obra algunas claves de lectura para los textos de Isaías Junior (capítulos 40-66), con el fin de ayudar a descubrir y a sentir en ellos la preocupación y el amor de Dios para con su pueblo, con el cual camina en la historia, animándolo a no desistir en su lucha.

El objetivo de la obra es, pues, mostrar a un pueblo abandonado por los hombres —y que a veces se siente también abandonado y condenado hasta por el mismo Dios— que la Buena Nueva de la liberación para el pueblo del cautiverio fe, más que nada, la revelación del auténtico rostro del dios vivo y verdadero que se esconde detrás de los hechos de la historia.  La fe revela allí sus rasgos:  Dios es un amor concreto, visible en los hechos, sensible a la debilidad de su pueblo, paciente para acompañarlo en su lento caminar, celoso y fiero para defenderlo contra el opresor.  Dios libera al pueblo de la esclavitud con un poder creador que utiliza todo cuanto tienen a mano.  Es una presencia amiga y fiel que no falló nunca ni fallará jamás.  Es un Dios santo, que pide justicia, exige compromiso y  envía a la misión.  Conocerlo es practicar la justicia (Cf. Jer. 22: 15-16).


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