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Informe sobre la fe

Vittorio Messori

Pasión y razón

«Un alemán agresivo, de talante orgulloso; un asceta que empuña la cruz como una espada».

«Un típico bávaro, de aspecto cordial, que vive modestamente en un pisito junto al Vaticano».

«Un Panzer-Kardinal que no ha dejado jamás los atuendos fastuosos ni el pectoral de oro de Príncipe de la Santa Iglesia Romana».

«Va solo, con chaqueta y corbata, frecuentemente al volante de un pequeño utilitario, por las calles de Roma. Al verle, nadie pensaría que se trata de uno de los hombres más importantes del Vaticano».

Y así podríamos seguir. Citas y citas (todas auténticas), naturalmente, tomadas de artículos publicados en diarios de todo el mundo. Son artículos que comentan algunas de las primicias (publicadas en la revista mensual Jesús y luego traducidas a muchas lenguas) contenidas en la entrevista que nos concedió el cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto, desde enero de 1982, de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, institución vaticana que, como es sabido, hasta hace veinte años se vino llamando durante cuatro siglos “Inquisición Romana y Universal” o “Santo Oficio”.

Al leer retratos tan dispares del propio aspecto físico del cardenal Ratzinger, no faltará algún malicioso que sospeche que también el resto de tales comentarios esté más bien lejos del ideal de “objetividad informativa”, del que tan a menudo hablamos los periodistas en nuestras asambleas.

No nos pronunciamos al respecto; nos limitamos a recordar que en todo hay siempre un lado positivo.

En nuestro caso, en estas contradictorias “transformaciones” sufridas por el “Prefecto de la fe” bajo la pluma de algún que otro colega (no de todos, por supuesto) está, acaso, la señal del interés con que ha sido acogida la entrevista con el responsable de una Congregación cuya reserva era legendaria y cuya norma suprema era el secreto.

El acontecimiento era, en efecto, realmente insólito. Al aceptar dialogar con nosotros unos días, el cardenal Ratzinger concedió la más extensa y completa de sus escasísimas entrevistas. Y a ello hay que añadir que nadie en la Iglesia —aparte, naturalmente, el Papa— habría podido responder con mayor autoridad a nuestras preguntas.


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