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El amor lo vence todo

Enrique A. Eguiarte

INTRODUCCIÓN

En la solución de esta cuestión

me esforcé por sostener el libre albedrío

de la voluntad humana,

pero ha vencido la gracia de Dios

(Retr. 2, 1, 1)

San Agustín fue un gran conocedor de las Sagradas Escrituras. Para él eran las cartas que Dios Padre, que está en la Patria, en el cielo, nos dirige a nosotros sus hijos que peregrinamos en esta tierra lejos de Él, pero con el deseo de llegar a ese lugar donde se encuentra (en. Ps. 64, 2).

La Biblia era su alimento cotidiano, aunque en un primer momento, antes de su conversión, san Agustín no comprendiera las Sagradas Escrituras y las rechazara por su forma burda y por la falta de elegancia, al compararlas con los escritos de los autores clásicos que conocía. Posteriormente, una vez convertido, se dará cuenta de su error y reconocerá que lo que le cegaba era la soberbia y que la Sagrada Escritura es como una casa que tiene la puerta muy baja, que es preciso inclinar la cabeza para poder entrar en ella (Conf. 3, 9). Quien es soberbio nunca podrá comprender las Escrituras. Sólo quien es humilde y entra en la “casa de la Biblia” con la cabeza inclinada reconociendo su pequeñez y la grandeza de Dios, es quien verdaderamente podrá entenderla y sacar fruto de ella.

La Biblia llegó a ser un libro tan importante para san Agustín, que todas sus obras están llenas de citas bíblicas, hasta tal punto que si algún día llegaran a desaparecer todas las Biblias del mundo, gran parte del texto bíblico podría ser reconstruido a partir de las mismas obras de san Agustín.

Entre los libros bíblicos, las cartas de san Pablo formaron un corpus que marcó de manera definitiva la espiritualidad y el pensamiento agustiniano. No sólo fue un texto paulino (Rm 13, 13) el que marcó su conversión, como él mismo nos lo refiere en las Confesiones (Conf. 8, 29), sino que las cartas de san Pablo se convertirían para el monje san Agustín, pero sobre todo para el monje-obispo san Agustín, en sus compañeras de camino, con las cuales profundizaría en el misterio de Dios e iría comprendiendo el mismo dogma cristiano. Las cartas de san Pablo fueron con las que san Agustín, el Obispo de Hipona, fue paulatinamente profundizando en el mensaje cristiano y comprendiendo cada vez más la insondable riqueza del misterio de Cristo.

La presente obra pretende ser una pequeña muestra de cómo san Agustín vivió e interpretó algunos textos de san Pablo y, al mismo tiempo, una invitación a leer estos mismos textos con san Agustín, a meditar y hacer vida de sus enseñanzas espirituales.

De este modo ofrezco en los diversos apartados de este libro, en primer lugar, el texto paulino en cuestión y después alguna reflexión agustiniana en torno al mismo. A continuación presento las mismas palabras de san Agustín, como una invitación a conocer de primera mano el pensamiento de este gran Padre de la Iglesia. Finalmente propongo una serie de preguntas que pueden ayudar a la reflexión y a la meditación, cerrando cada uno de los apartados con una frase agustiniana que pretende ser un resumen de todo lo abordado en el capítulo.

El propósito es que esta obra se convierta en una herramienta que ayude a la oración cotidiana de todo cristiano. Los textos de la Palabra de Dios deben ser nuestro alimento espiritual cotidiano como lo eran para san Agustín. Por ello, la presente obra es una valiosa herramienta para encontrarse con la Palabra de Dios, o mejor dicho para dejarse encontrar por ella, y meditarla de la mano de uno de sus mejores conocedores: san Agustín.


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