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Dios, el coronavirus y nosotros

Matilde Eugenia Pérez Tamayo

UNA SITUACIÓN QUE NOS AGOBIA

Estamos viviendo tiempos  difíciles. Tiempos de incertidumbre, de inseguridad, de temor y angustia, en todos los órdenes de la vida.

Tenemos miedo porque no sabemos por qué pasa lo que pasa, y tampoco lo que nos espera en el futuro cercano y en el futuro lejano. Nos sentimos verdaderamente vacilantes y confundidos.

El coronavirus, un organismo pequeñísimo, visible solo con microscopios de alta precisión y potencia, ha puesto “en jaque”  nuestra salud física, y también nuestras costumbres personales, familiares, sociales y religiosas, el trabajo que realizamos, nuestros planes y proyectos,  y nuestra misma existencia.

Y no somos solo nosotros los que estamos en esta situación, sino la humanidad entera, porque el coronavirus ha llegado ya a todos los rincones de la tierra, incluyendo los más apartados.

Hay – por supuesto -, muchas preguntas en nuestra mente y en nuestro corazón. Preguntas que sin duda deben ser expresadas y respondidas satisfactoriamente para conseguir un poco de tranquilidad, y poder afrontar con valentía y esperanza el momento que atravesamos.

  • Preguntas a la ciencia, que desde hace ya tiempo conoce los virus, lo que son y lo que hacen en nuestro organismo, cómo afectan nuestra salud y amenazan nuestra vida biológica.
  • Preguntas a nuestros líderes y gobernantes, que tienen la responsabilidad de enfrentar los problemas que este virus causa en nuestra sociedad, y sus consecuencias a corto, largo y mediano plazo, y además, tomar las decisiones y aplicar las medidas necesarias para que su presencia y su acción entre nosotros, causen los menos daños posibles, en los diferentes órdenes de la vida social.
  • Y también – por qué no -, preguntas a Dios Creador y Señor del mundo, principio de todo cuanto en él existe, Dueño de nuestro ser y nuestra vida.

Dejemos las preguntas a la ciencia para los especialistas, y las preguntas a los líderes y gobernantes, para aquellos que sientan que es su deber hacerlas.  Y enfoquémonos nosotros, con madurez y honestidad, en las preguntas a Dios y a nuestra fe cristiana católica, que son las que nos competen más directamente a cada uno, porque en ellas está implícitamente comprometido el sentido de nuestra vida.

Tanto el uno – Dios – como la otra – la fe -, tienen mucho qué decirnos, y con seguridad sus respuestas serán valiosas y profundamente significativas para nosotros.


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