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Carta Apostólica Spiritus Domini

SAN JUAN PABLO II

CARTA APOSTÓLICA
SPIRITUS DOMINI
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II 
CON MOTIVO DEL II CENTENARIO DE LA MUERTE
DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

 

Al querido hijo Juan M. Lasso de la Vega,
Superior general de la Congregación del Santísimo Redentor.

“El Espíritu del Señor está sobre mí; por eso me ha consagrado con la unción, me ha mandado a anunciar a los pobres la alegre noticia, y a curar al que tiene el corazón herido” (Lc 4, 18; cf. Is 61, 1). El texto bíblico que Jesús, el Enviado del Padre, se aplicó a sí mismo al comienzo de su misión mesiánica y que abre la liturgia de la fiesta de San Alfonso María de Ligorio (cf. la antífona de la Misa propia), resuena de modo particularmente solemne en el día en que celebramos el II centenario del nacimiento para el cielo de este celosísimo obispo, doctor y fundador de la Congregación del Santísimo Redentor.

Siento verdadero gozo al dirigirme a ti y a todos los hijos de San Alfonso, participando con toda la Iglesia en el recuerdo todavía actual de un santo que fue maestro de sabiduría de su tiempo y que, con el ejemplo de su vida y con sus enseñanzas, continúa iluminando, mediante luz reflejada de Cristo, luz de las gentes, el camino del Pueblo de Dios.

Alfonso nació en Marianella de Nápoles el 27 de septiembre de 1696. Como heredero de una familia noble, tuvo una formación completa y cuidada lo mismo en el campo humanístico que en el jurídico. Formación que en su adolescencia y juventud estuvo acompañada de una práctica cristiana vigilante y fervorosa: profunda piedad eucarística y mariana, visita a los enfermos y a los encarcelados, ternura hacia el pobre, fuerte compromiso en el apostolado de los laicos. Tras una brillante carrera en el foro de Nápoles, abandona el mundo para consagrarse sólo a Dios. Y a los 30 años, el 21 de diciembre de 1726, es ordenado sacerdote del clero de Nápoles. Se prodiga enseguida mediante un intenso apostolado en los barrios pobres de la ciudad, entre otras cosas dando vigor a las “capillas vespertinas” que llegan a ser una escuela de reeducación cívica y moral. Al ministerio en la ciudad une el de la predicación en las zonas periféricas del reino, como miembro de las “Misiones Apostólicas” de la diócesis de Nápoles. Esta experiencia, que le pone en contacto con un mundo distinto, culturalmente desatendido y espiritualmente necesitado, hace madurar en él la elección definitiva: “por las almas más abandonadas del campo y de las aldeas rurales”. Y para la evangelización de los pobres funda en Scala (Salerno), el 9 de noviembre de 1732 un instituto misionero: la Congregación del Santísimo Redentor. Instituto caracterizado sobre todo por la predicación itinerante de las misiones al pueblo, los ejercicios espirituales y la actividad catequística. Durante 30 años (1732-1762) el apostolado misionero lleva a Alfonso en las más variadas direcciones, mientras se hace más profunda en él la elección de los pobres y de los humildes.


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