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Vivir hasta despedirnos: Fotografías de Mal Worshaw

Elisabeth Kübler-Ross

PREFACIO

Conocí a Mal Warshaw a través de un amigo que estaba al tanto de mi trabajo con pacientes en fase terminal y también del interés que Mal tenía por entender algo mejor el misterio de la muerte. Después de una conversación preliminar con Mal, en la que me explicó sus metas, le invité a mi casa, donde no sólo aprecié su valía profesional sino también su valía humana. Estaba interesado en estudiar un tema que demasiada gente trata de evitar.

Estaba claro que Mal, como tantos otros en nuestra sociedad, no se sentía tranquilo ante la idea de la muerte. Pero tenía una gran ventaja, es decir, tenía la intención de enfrentarse a su miedo y estaba dispuesto a estudiar todos los cabos que quedan por atar, para tratar de encontrar las respuestas a las numerosas preguntas que se planteaba, no sólo sobre el tema de la muerte y el proceso de morir sino también sobre la vida, sobre el vivir y sobre el trato que damos a aquellos que tienen que afrontar su propio e inevitable final.

Mal trajo una serie de fotos de una bella mujer que había luchado muy valerosamente contra un cáncer para, finalmente, sucumbir a él. Con sus dones y talentos, una mente investigadora y unos ojos que alcanzan a ver lo que mucha gente ignora, Mal había conseguido captar en fotografía los aspectos de la vida y de la muerte de su amiga Beth; y, mientras mirábamos las fotos, empezamos a hablar sobre lo mucho que podemos aprender de la gente que sufre una enfermedad terminal; no solamente de la mayor sabiduría y de la profundidad que adquieren en el camino de la enfermedad sino también de las expresiones de sus caras y de su voluntad de ser fotografiados; esperamos que todo esto sea apreciado por mucha gente y que pruebe a los escépticos que morir es una parte importante de la vida.

Estas fotos dicen, en un lenguaje simbólico, lo que es sufrir, el dolor, la soledad; demuestran que este proceso es como una piedra noble que ha de ser pulida para convertirse en una joya. Aquellos que se enfrentan a una enfermedad incurable y tienen la fuerza de aceptarla saldrán del combate con el brillo de una joya en sus rostros, como captaron las fotografías de Mal.

El propósito de este libro es, pues, enseñar lo que les sucede a los seres humanos, jóvenes o viejos, cuando se encuentran con que un mal los destruye por dentro, pero, a pesar de ello, pueden resurgir de la misma manera como una mariposa sale de su capullo, con sentimientos de paz y libertad, no sólo dentro de ellos mismos sino también de los que tienen la voluntad de compartir con ellos sus últimos momentos y la fuerza de decir adiós, sabiendo que, asimismo, cada despedida incluye una bienvenida.

Cada uno de los pacientes que escogimos reaccionó de una manera diferente a su enfermedad y tenía un sistema diferente que los mantenía vivos, pero todos tuvieron la fuerza de aceptar su enfermedad sin temor al final, sin ninguna culpa, sin ningún sentimiento de dejar algo por hacer, incompleto. Los únicos enemigos del hombre son el miedo y la culpabilidad, pero si podemos afrontar nuestro propio miedo, nuestros errores y asuntos pendientes, conseguiremos tener más respeto y amor propios, y tendremos más valor para luchar contra cualquier tormenta que nos sacuda. Uno de mis profesores dijo una vez: «Si protegéis los cañones[1] de las tormentas, nunca veréis la belleza de sus erosiones».

El trabajo de toda nuestra vida ha consistido en enseñar a los pacientes a mirar una enfermedad incurable no como una fuerza negativa y destructiva, sino como uno de los problemas de la vida que enriquecerá su crecimiento interior ayudándoles a volverse tan bellos como «los cañones a la luz del relámpago». Esperamos que esta aventura en común con las fotos de nuestros pacientes lo diga todo, ya que no hay necesidad de muchas palabras para describir lo que sucede en ellos.
Nuestros pacientes han sido escogidos al azar. Fueron los primeros que voluntariamente se ofrecieron para participar en este libro, como un regalo a sus familias y a todos los miles de desconocidos que al ver estas fotos y estas líneas, dándose cuenta de su estado de salud, se pregunten si podrían afrontar una enfermedad incurable con tanto valor, paz y serenidad.

Nuestra función en su lucha fue simplemente actuar como catalizadores, para compartir tal vez unas lágrimas, una esperanza, pero, sobre todo, para escuchar. Cada uno de ellos preparó de manera muy íntima su propia muerte, todos estaban convencidos de su destino y prepararon todo de modo que reflejase su carácter. Cada uno escogió vivir hasta el final de la manera más significativa posible, incluyendo a Jamie, cuyo deseo era estar en su casa con su madre, con sus juguetes, con su hermano y con su perro favorito. Ella también era consciente de que su muerte se acercaba, pero, mientras pudiera ver a su querida mamá al abrir los ojos, se sentía en paz. Aunque durante su estancia en el hospital todo el mundo la mimaba, no encontró compensación a lo que ella sentía en su casa. A pesar de su edad, también hizo un bonito y simbólico dibujo de la muerte —que más tarde fue un consuelo para su madre, la cual entendió el mensaje de la niña y fue capaz de abandonar su egoísmo—, pudiendo soltarse de las ligaduras de la vida y simbolizar su muerte en el dibujo como un globo ascendiendo en el cielo.

Espero que esta aventura conjunta nos lleve a pensar sobre la vida, a pensar sobre la manera como pasamos nuestros días y nuestras noches. Que nos ayude a evaluar el propio estilo de vida y de muerte día a día. Nos enseñe que cada despedida es una bienvenida y nos impulse a compartir los pensamientos más profundos y los sueños de aquellos que nos han precedido, enseñándonos de qué manera puede suceder si escogemos que sea así.


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