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Santidad para todos: Para ser santos en la vida ordinaria

Juan Puigbo

Presentación

Recuerdo que hace unos años mi hermana menor me preguntó: “¿Por qué es tan difícil ser santo y cómo puedo hacer para agradar a Dios?”

Hasta ahora no he conocido a ninguna persona que no quiera ser feliz. Pero ser feliz no es hacer “lo que nos da la gana” sino lo que a Dios le agrada. Ordinariamente las personas que hacen lo que quieren o que viven la vida como les va saliendo, no son plenamente felices.

Los plenamente felices son los santos. Estamos en este mundo porque Dios nos creó para realizar un plan de amor. Ser santos no es otra cosa que cumplir la voluntad de Dios de manera que le agrademos continuamente.

Se trata de un trabajo de todos los días, porque la santidad no cae del Cielo, ni se gana en una lotería, sino que se conquista con nuestras acciones, palabras, modos de reaccionar, actos de servicio, disponibilidad y contacto con Dios.

Entiendo que los problemas nos abruman y que hay momentos en los que quisiéramos salir huyendo hasta de la propia vida. ¿Cuántas veces hubiéramos preferido morir en vez de enfrentar la vida tal y como es? Eso es, sin duda, de cobardes. Pero, ¿por qué pasa eso? Seguramente porque hemos sacado a Dios de nuestras vidas, porque no hemos aprendido a trascender y a vivir por un ideal pleno, porque sencillamente nos hemos acomodado a una idea equivocada de Dios.

Eso quiere decir que se puede vivir de dos maneras: a la manera de Dios o a mi manera. ¿Cómo estás viviendo? La mayoría de las personas no viven según Dios, por eso se quejan todo el día y le echan la culpa a los demás de sus problemas. De hecho, me he encontrado con muchas personas que dicen que la Iglesia es muy exigente y anticuada, que la religión es una opresión. Esas personas, aunque sean muy buenas, lo que buscan es un dios a su manera; les aseguro que no podrán ser felices, porque la fuente de la felicidad está en Dios mismo y eso supone vivir de acuerdo con sus exigencias y con sus estándares.

Es cuestión de ser sinceros y de plantearse retos más altos, más difíciles, pero a la larga más gratificantes. ¿Estás dispuesto a pagar el precio de tu propia santidad?

Padre Juan Puigbó
Vísperas de la Navidad de 2009


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