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Papas

José María Zavala

La tumba vacía

FECHA: AÑO 1939. Pío XII inició las excavaciones arqueológicas bajo las grutas vaticanas para verificar si los restos de Pedro estaban allí, algo que ninguno de sus antecesores había hecho.

LUGAR: ROMA. Monseñor Ludovico Kaas descubrió que bajo la basílica de San Pedro había una necrópolis con sepulturas de influyentes familias romanas, las cuales se hallaban en mal estado.

ANÉCDOTA: El catedrático Venerato Correnti identificó años después los restos de un varón setentón y complexión robusta, que vivió en el siglo I y resultó ser san Pedro.

No debió de ser fácil para el recién electo Pío XII ordenar, en 1939, el inicio de las excavaciones bajo el Altar de la Confesión, donde la tradición situaba la primitiva sepultura del apóstol Pedro, en las mismas entrañas del Vaticano.

Ningún papa hasta entonces había osado emprender algo semejante. Pero el mundo convulso del siglo XX reclamaba a gritos ese tipo de evidencias y el nuevo pontífice vislumbró el momento propicio al descubrir, durante la inhumación de su antecesor Pío XI, un misterioso mosaico.

Comenzó entonces una búsqueda incansable para el orbe católico, dado que en torno a la historia de aquel pescador judío de Betsaida se cimentaban los orígenes de la Iglesia y la historia de los papas, nada menos.

Pedro, cuyo nombre de nacimiento era Simón bar-Jona, hijo de Jonás, fue uno de los discípulos más allegados de Jesús. Su hermano Andrés le presentó al Maestro. Estando a orillas del mar de Galilea, Jesús les dijo a los dos hermanos: «Seguidme, y yo os haré pescadores de hombres». Y ellos dejaron las redes y le siguieron sin titubear.

El nombre de «Pedro» se lo dio el propio Jesús más tarde, al encomendarle el devenir de su Iglesia. Significa «roca» o «piedra», según se emplee el vocablo del arameo o del latín. También le entregó las llaves del Cielo y, con ellas, la responsabilidad de erigirse en líder de su Iglesia naciente.

Tras la muerte y resurrección de Jesús, Pedro inició su apostolado. Sabemos que estuvo encarcelado por orden de Herodes Agripa, pero logró escapar y predicó la palabra de Dios por distintos lugares hasta llegar finalmente a Roma, donde murió crucificado boca abajo por su propia decisión, pues en modo alguno no se consideraba digno de morir como su Señor.

En conmemoración del lugar de su tumba, precisamente, se ubica la Santa Sede en San Pedro del Vaticano. De ahí el hallazgo tan crucial efectuado durante el pontificado de Pío XII.

Aun así, el trabajo no resultó sencillo. Las investigaciones arqueológicas se prolongaron durante diez años, dirigidas por monseñor Ludovico Kaas, quien descubrió bajo la basílica de San Pedro una enorme necrópolis con sepulturas de influyentes familias romanas, las cuales se hallaban en muy mal estado. La razón del gran deterioro debió de ser la propia construcción de la basílica en tiempos del emperador Constantino, así como del baldaquino de San Pedro, obra barroca del maestro Bernini.


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