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Oraciones de la Familia Paulina

Santiago Alberione

INVITACIÓN

El fin último de nuestra creación, redención y santificación es la gloria de Dios. Hemos sido creados, redimidos y santificados para glorificar a Dios en esta vida y en la eternidad. Dios dispuso de tal modo las cosas que las creaturas encontraran su felicidad en glorificarlo. La preparación más eficaz para ganar el cielo está en vivir este consejo de san Pablo: “Cualquier trabajo que hagan, háganlo de buena gana, pensando que trabajan para el Señor” (Col 3, 23). Ésta debe ser la primera y constante preocupación de quien busca la santificación. Es una anticipación del paraíso.

Vivir en Cristo

El medio general y necesario para alcanzar nuestra felicidad eterna es la santificación de todo nuestro ser. Y ésta la obtendremos viviendo según Jesucristo: “Envió Dios a su Hijo único a este mundo para darnos la vida por medio de Él. Así se manifestó el amor de Dios entre nosotros” (1Jn 4, 9-10). Él es la vid, el hombre un sarmiento; si el sarmiento vive de la linfa santificadora de Jesucristo dará frutos de vida eterna; separado de la Vid-Jesús, se secará y será arrojado al fuego (cf. Jn 15, 1-8).

La unión con Cristo debe ser plena, creyendo firmemente en su Palabra, imitándolo y uniéndonos a Él, por la gracia.

Camino hacia la santidad

La vida presente es la preparación de la mente, de la voluntad, del corazón y del cuerpo para el cielo. La verdadera morada la tenemos en la eternidad: o salvos para siempre con Dios o condenados para estar siempre alejados de Él.

Nuestra tarea, absolutamente necesaria y esencial, es la salvación. En la tierra tenemos que afrontar una prueba: bienaventurado el hombre que, superada ésta, recibe la corona. Para superar esa prueba debemos conocer, servir y unirnos al Señor con todo nuestro corazón y sobre todas las cosas, porque Dios es el sumo bien y nuestra eterna felicidad. Todos los dones naturales y sobrenaturales que poseemos sobre la tierra son medios para conseguir nuestra salvación. Dice el divino Maestro: “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo?” (Mt 16, 26).

El aspirante a la vida religiosa y todo el que quiere asegurarse el paraíso tiene que trabajar con empeño en la propia santificación.

Quien ha emitido los votos tiene obligación estricta de tender a la perfección, a causa de los compromisos contraídos y de la abundancia de medios concedidos por la divina Bondad.

Es necesario un trabajo espiritual, intenso y constante. Es el trabajo más noble y consolador; el más fatigoso, pero, a la vez, el más necesario.

Este trabajo, considerado el estado del hombre después del pecado original, tiene dos fines:

Quitar lo que procede de las malas inclinaciones internas y de la acción del maligno y del mundo externo. De aquí se deduce la necesidad de la lucha espiritual, de la abnegación, de la huida de los peligros y del pecado: “Evita el mal”.

Disponer al hombre para la unión sobrenatural con Dios. Todo el hombre debe dirigirse a Dios y unirse a Él: la mente, con una fe viva; la voluntad, con una vida virtuosa; el corazón, con sentimientos sobrenaturales: “Haz el bien”.


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