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Los Sacramentos, Fuente de Vida Eterna

Matilde Eugenia Pérez Tamayo

INTRODUCCIÓN

Hablar de vida cristiana es, sin duda, hablar de sacramentos, de vida sacramental, porque la vida cristiana nace, crece, se desarrolla, y llega a su plenitud, precisamente por los sacramentos; es cristiano no simplemente quien cree en Jesús de una manera teórica, sino muy particularmente aquel que permite que Jesús lo haga suyo, lo llene de su amor y de sus gracias, y lo transforme en un hombre nuevo, por la recepción frecuente de los sacramentos. En los sacramentos, Dios Padre nos comunica la vida de Jesús, su Hijo predilecto, en quien Él se complace (cf. Mateo 3, 17 y paralelos), por el don del Espíritu Santo, “Señor y dador de la vida”, tal y como rezamos en el Credo Niceno-constantinopolitano.

Es necesario y urgente que saquemos de nuestra mente y de nuestro corazón, la idea muy extendida de que los sacramentos son una especie de “adornos” que los que decimos pertenecer a la Iglesia Católica “nos ponemos”, para mostrar a los demás que “estamos en la onda” y que cumplimos cabalmente con lo que ha sido estipulado; y también aquella otra que considera que los sacramentos son otros tantos mandamientos y que como tales hay que acercarse a recibirlos, no por lo que ellos mismos son, por lo que representan, por lo que nos comunican, sino para no caer en un pecado grave que es fácil de evitar.

Conocer los sacramentos uno a uno, tomar conciencia de lo que cada uno de ellos es, en su más profundo sentido; de las gracias que nos comunican, por la Pasión, la Muerte, y la Resurrección de Jesús, en la que todos se fundamentan; del compromiso con Dios y el compromiso con los demás, que ellos implican; nos ayudará, en primer lugar, a empezar a ver las cosas de otra manera, bajo una nueva perspectiva, más profunda, más verdadera, más conforme con el deseo de Dios; en segundo lugar, a caminar por un camino nuevo en nuestra vida cristiana, marcada ya – al menos – por el Sacramento del Bautismo, el Sacramento de la Confirmación, el Sacramento de la Penitencia  y el Sacramento de la Eucaristía; y en tercer lugar, a acercarnos con mayor frecuencia y también con más fruto, a estos dos últimos sacramentos – la Eucaristía y la Penitencia -, que alimentan, curan y fortalecen nuestra vida de fe y nuestra esperanza cristiana.

¡Que el Señor Jesús nos dé su luz y nos conduzca en este propósito!


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