La Vida Interior

Joseph Tissot

Al lector

Las páginas que componen este precioso libro no son mías. Su autor me las dio manuscritas, dándome libertad para hacer de ellas el uso que quisiera. Contra lo que él esperaba, pero no sin su autorización, me decidí a imprimirlas, así que las hube meditado. Me han proporcionado goces íntimos y también –así me atrevo a esperarlo– un gran aprovechamiento espiritual, gracias a Dios. Me remordería la conciencia si las guardase para mí solo, y he recordado las palabras del Sabio: “Lo que aprendí lo comunico a los demás sin envidia, y no oculto su valor”.

¿Qué encerraba este manuscrito? En substancia nada de nuevo; porque partiendo del tan conocido Principio o Fundamento de San Ignacio, admirablemente comentado, llega a conclusiones que la lógica más sencilla basta para deducir. Pero precisamente, esa sencillez y esa lógica irresistible de su argumentación, junto a la asombrosa riqueza de textos sagrados con que está corroborada, es lo que me ha encantado.

No abundan, en nuestro siglo sobre todo, los tratados espirituales que apoderándose de la inteligencia la persuadan, con ayuda de la razón y de la fe, obligándola a orientar la voluntad hacia el deber y la perfección. Y esta base es bastante más sólida que la del sentimentalismo, tan explotado en nuestros días, puesto al servicio, o mejor dicho, en perjuicio de la piedad.

¿Está acaso el sentimiento excluido de estas páginas? Podría afirmarse esto al ver los esfuerzos que hace el autor para reducirlo a segundo término. Sin embargo, de la luz de una doctrina clara e irrefutable brota pronto un calor que se apodera del corazón: La gran ley del amor, Diliges Dominum, desprendiendo al alma de toda mira egoísta, la penetra con un fuego benéfico, activo y rico en suaves consuelos.


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