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La masculinidad robada

María Calvo Charro

INTRODUCCION

VARONES EN CRISIS

1. LA EXPIACIÓN MASCULINA

Plantear una crisis de los varones es algo atípico y políticamente incorrecto en la actualidad. La mayoría de las mujeres lo consideraría absurdo e injusto. Al fin y al cabo el mundo sigue dominado principalmente por hombres.

Sin embargo, la realidad es que, por primera vez en la historia de la humanidad, en los países desarrollados, el hombre ha pasado a un segundo plano, cediendo todo el protagonismo a la mujer, cuyas pautas de comportamiento, exigencias, gustos, preferencias y habilidades son consideradas prioritarias e ideales en una sociedad que sospecha de la masculinidad y la presume malvada y nociva para el correcto desarrollo de la persona.

Hasta la segunda década del siglo XX, toda la estructura social y política se regía por estilos masculinos de actuación. Sin embargo, desde entonces y hasta la actualidad la «cultura femenina» se ha ido imponiendo hasta suprimir y reprimir como intolerable cualquier posible atisbo de expresión de masculinidad.

Los hombres son hoy, en palabras de Chesterton, «una clase incomprendida en el mundo moderno». Mayo del 68 significó para ellos el inicio de una mutación en su propia esencia que ha culminado actualmente con la negación de la alteridad sexual, el repudio a la masculinidad y la exaltación de una feminidad deconstruida y deforme, carente de la dimensión maternal, lo que ha provocado una alteración de las relaciones paternofiliales, de pareja y familiares.

El gran énfasis que durante años se ha puesto en conseguir la emancipación de la mujer ha provocado un fenómeno colateral con el que nadie contaba: un oscurecimiento de lo masculino, cierta indiferencia, cuando no desprecio hacia los varones y una inevitable relegación de éstos a un segundo plano. Esta situación, si bien puede ser lógica – han sido muchos los siglos de dominación masculina – no debe ser ignorada o minusvalorada, pues una crisis del varón nos conduce – igual que si se tratase de la mujer – a una crisis de la sociedad entera.

Mientras las mujeres, tras siglos de lucha, están logrando situarse en el lugar que les corresponde conforme a su dignidad y derechos, los hombres parecen estar más desubicados que nunca. Muchos han desertado de su papel de valedores de la autoridad, cuidadores de la familia, maridos y padres responsables, defensores de los valores. Los cambios provocados por el feminismo han dejado un paisaje social prácticamente irreconocible generando novedades ciertamente confusas, como el nuevo papel del hombre en la sociedad actual. Y es que en este loable intento por conseguir la igualdad entre los sexos estamos, sin darnos cuenta, aniquilando simultáneamente las diferencias existentes entre ellos, con la pérdida de personalidad y de identidad que esto conlleva, tanto para las mujeres, como para los hombres.

Las consecuencias de la despersonalización sexual son peores para los varones, ya que les ha tocado vivir por vez primera «el tiempo de las mujeres» que gozan del apoyo de los políticos y la sociedad. De ahí las constantes iniciativas que se están tomando al respecto en su beneficio: Cátedras de estudios sobre la mujer, Centros e institutos dedicados a ellas, Planes de Igualdad, Cuotas para acceder a puestos de trabajo y cargos políticos, Leyes de discriminación positiva…

El papel de las mujeres se ha sobrerrepresentado y asistimos a una clara depreciación del hombre, del padre, del varón, que sufre así un complejo de inferioridad. No saben qué es lo que se espera de ellos y se avergüenzan de su masculinidad. Muchas de las aptitudes típicamente masculinas han sido erradicadas y resultan mal vistas: cualquier expresión de virilidad se considera virilismo; la exigencia de respeto se confunde con autoritarismo; el intento de imponer alguna norma como cabeza de familia le puede llevar a ser tachado de tirano; y la ingeniería genética amenaza con su total sustitución.

En ocasiones son las propias mujeres las que les obligan a revisar su masculinidad, no sólo en el ámbito público y profesional, sino incluso en el marco más íntimo de su vida personal y familiar. Se produce cierta evolución hacia los hombres «blandos» o intercambiables con las mujeres.

En muchos ámbitos laborales y también en el educativo, la competitividad ha sido sustituida por la colaboración; la escala jerárquica ganada a base del esfuerzo y valía personal ha sido sustituida por la igualdad sin necesidad de alegar mérito alguno; la valentía o asunción de riesgos se considera temeridad e imprudencia y se cree que la introspección y falta de expresividad emocional típica masculina oculta la existencia de algún problema psíquico o trauma infantil que convendría liberar.


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