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La abolición del hombre

C. S. Lewis

I. HOMBRES SIN CORAZÓN

«Sentenció a muerte a la palabra y así condenó al niño»

Dudo de que estemos suficientemente atentos a la importancia que tienen los libros de texto de la enseñanza primaria. Esta es la razón por la que he elegido como punto de partida para estas reflexiones un pequeño libro de Lengua destinado a los «niños y niñas de ciclo escolar básico». No creo que los autores (pues eran dos) de este libro pretendieran hacer daño alguno con él y tengo una deuda con ellos o con su editor, por haberme enviado un ejemplar de regalo. Pero, a la vez, no puedo decir nada bueno de ellos. Por tanto, me encuentro en una situación bastante comprometida. No quiero poner en la picota a dos modestos maestros en activo que han hecho lo mejor que sabían hacer; pero tampoco puedo callar ante lo que considero que es la orientación real de su trabajo. Por tanto, prefiero silenciar sus nombres. Me referiré a estos señores como Gayo y Ticio, y a su libro como El Libro Verde. Pero les prometo que tal libro existe y que lo tengo en mi biblioteca.

En el segundo capítulo de dicho libro, Gayo y Ticio hacen referencia a la conocida historia de Coleridge, que se desarrolla ante unas cataratas. Recordarán que frente a dichas cataratas se encontraban presentes dos turistas: uno las calificó de «sublimes» y el otro de «bonitas»; y que Coleridge mentalmente aprobó el primer juicio y rechazó el segundo con desagrado. Gayo y Ticio comentan lo siguiente: «Cuando el hombre dice “Esto es sublime”, parece estar haciendo un comentario acerca de las cataratas (…) Realmente (…) no está haciendo un comentario sobre las cataratas, sino un comentario sobre sus propios sentimientos. Lo que dice realmente es: Tengo sentimientos asociados en mi mente con la palabra “sublime” o, abreviando, “Tengo sentimientos sublimes”». En este fragmento se plantean un buen número de cuestiones profundas recogidas a modo de sumario bien presentado. Pero los autores no se detienen aquí. Añaden: «Esta confusión se nos presenta continuamente con el uso del lenguaje. Parece que nos estamos refiriendo a algo muy importante y, en realidad, sólo estamos haciendo referencia a nuestros propios sentimientos».

Antes de considerar las cuestiones que se plantean en este párrafo —breve, pero de gran importancia— (y que se dirige, como se recordará, a estudiantes del ciclo escolar básico), debemos eliminar un error evidente en que incurren Gayo y Ticio. Incluso desde su punto de vista —o desde cualquier otro— el hombre que dice “Esto es sublime” no quiere decir “Tengo sentimientos sublimes”. Admitiendo que cualidades tales como la sublimidad puedan proyectarse sobre las cosas, lisa y llanamente, a partir de nuestros propios sentimientos, las emociones que provoca dicha proyección son las correlativas y, por consiguiente, casi las opuestas a las cualidades proyectadas. Los sentimientos que llevan a un hombre a calificar de sublime a un objeto no son sentimientos sublimes, sino sentimientos de admiración. Si la exclamación “Esto es sublime” se reduce totalmente al estado de los sentimientos del hombre, la traducción correcta sería “Tengo sentimientos de admiración”. Si la postura sostenida por Gayo y Ticio se aplicara de un modo consistente nos llevaría a absurdos evidentes. Les forzaría a mantener que “Tú eres despreciable” significaría “Tengo sentimientos despreciables”; y, así, “Tus sentimientos son despreciables” significaría “Mis sentimientos son despreciables”. Pero no nos entretendremos más sobre esta cuestión que constituye el pons asinorum de nuestra reflexión. Seríamos injustos con Gayo y Ticio si enfatizáramos lo que, sin duda alguna, es un simple desliz.


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