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Dios necesita de ti

Leo J. Trese

Capítulo I: Por qué leer

¿Cuántas veces al día piensas en Dios? Es de esperar que por lo menos una, al hacer cada mañana tu ofrecimiento de obras. Tal vez, también, pienses en Dios una o dos veces más si vives cerca de una iglesia cuyas campanas repican a la hora del Ángelus, o pasas por delante de algún templo. Ahora bien, ¿crees que basta con eso?

Nuestros pensamientos suelen dirigirse con frecuencia a aquellas personas a las que amamos. Su imagen o su recuerdo se abre paso fácilmente en nuestra mente, por muy ocupados que estemos. Si estás casado o casada, ¿cuántas veces piensas en tu mujer o en tu marido? Si eres padre o madre, ¿cómo vas a olvidarte de tus hijos?

Lo más probable es que ni siquiera puedas contar el número de veces que piensas en ellos. Y si estás enamorado, pensar en la persona amada es algo tan dominante y tan fuerte, que hasta puede apartarte de tus ocupaciones. ¿No es extraño, pues, que Dios ocupe tan poco lugar en tus pensamientos? Porque Él es un Ser infinitamente amable, el único capaz de satisfacer plenamente las ansias de amor del corazón humano…

Aceptamos, sí, esta verdad con nuestra mente. Sabemos que debemos amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas, sobre todas las cosas, y le decimos, a veces, que le amamos así. Pero, luego, transcurre la jornada sin que nos acordemos de Él. Hay un abismo entre lo que decimos y lo que hacemos.

Esta divergencia entre la teoría y la práctica resulta aún más asombrosa si consideramos que amar a Dios es lo más importante que podemos hacer en nuestra vida, porque Él es la razón de ser de mi existencia. Me ha creado porque quiere tenerme a su lado eternamente, tan estrechamente unido a Él, que esa unión provocará en mí un éxtasis de inenarrable felicidad. Tras unos cuantos años de lo que llamamos vida en este mundo –y que pasarán como un relámpago–, se iniciará una auténtica vida junto a Dios, siempre que me haya preparado para ella. Y la única preparación que se me pide es que, aquí y ahora, empiece a amar a Dios y vaya creciendo en ese amor. Éste, y no otro, es el gran negocio, el único negocio de la existencia humana… Si un comerciante se preocupara tan poco de sus asuntos como la mayoría de nosotros de éste, no tardaría en arruinarse.


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