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365 días con los santos

José María Fernández Lucio & Miguel Carmen Hernández

Presentación

Lo que nos ha movido a presentar este florilegio de pensamientos de los padres de la Iglesia y de los santos es la necesidad, como decía Benedicto XVI, de voces que llamen, despierten y nos hagan pensar y meditar. Voces que digan dónde se encuentra la verdadera sabiduría, la sabiduría del corazón, la scientia amoris («la sabiduría del amor»); más allá de las vacías palabras y de las efímeras experiencias. Voces autorizadas que pervivan, por encima de la caducidad del tiempo, y que nos acerquen a lo eterno, lo que pervive siempre en el alma humana. Voces que no se silencien nunca.

Los santos, con su vida y sus escritos, nos conducen al origen de la vida, al inicio de la existencia. Ellos gozan de autoridad para transmitirnos la fe; son insignes maestros de la fe, muchos por la defensa de la misma o por el simple hecho de haberla vivido con intensidad; son eminentes por su doctrina y santidad de vida.

San Agustín nos dice que volver a los padres «significa remontarse a las fuentes de la experiencia cristiana, para saborear la frescura y la autenticidad». Ellos son los testigos de aquel que dijo: «Yo soy la luz del mundo». Ellos nos enseñan el camino para progresar en el misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud. Leyendo sus escritos podemos estar más cerca del Cristo total.

Siguiendo a san Agustín, exhorta: «Ama intensamente el entender» (Carta 122,3.13). Pero nos preguntamos: ¿Quién puede ayudarnos a entender con esa intensidad que pide este santo? La respuesta es: solo aquellos que han escrito páginas llenas de unción sobre la fe, la moral, la espiritualidad. Por eso, lo que pretendemos es presentar la doctrina que han dejado plasmada en sus escritos, no en su integridad, como es comprensible en tan corto espacio, pero sí un florilegio que nos lleve a gustar activamente esa palabra de Dios que ellos han gustado y se ha convertido en luz que ha iluminado sus pasos.

Además, los padres y santos son «una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina para dar certeza a los creyentes en su vida de fe (Porta fidei, 11). Pero si ellos nos ayudan a «descubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe», es necesario que nosotros la vivamos «como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y de gozo» (cf Porta fidei, 7).

Ellos, a su vez, se han nutrido de la tradición teológica y sus riquezas espirituales deben ser aprovechadas por todos porque levantan el alma a la contemplación de lo divino.

José María Fernández, ssp


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